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Magdalena, cuándo saldré de este pueblo, de este medio y de estos inconvenientes... ¡Qué sueño! Qué ida la de apurarte de ese modo dije descontenta. Se está muy bien aquí... , habla por ti, tranquila y dulce Magdalena; yo me ahogo en medio de las ideas antidiluvianas que nos rodean. Me horrorizo ante estas cadenas de prejuicios... Todo esto me irrita, y acabará por volverme mala.

El salon de las sesiones es elegante y posee muy hermosos frescos pero revela, por la distribucion mezquina de las tribunas públicas, que en lo que ménos se pensó fué en darle asiento al pueblo español para que, oyendo á sus representantes, pueda juzgarlos, formarse una opinion y hacer efectiva la responsabilidad moral.

A que resultara grata la permanencia en Saludes contribuía mucho el director facultativo, hombre de treinta o pocos más años, simpático, muy inteligente, y en quien se daban reunidas raras circunstancias y envidiables prendas. El doctor Ruiloz era el primogénito de un banquero, socio principal de la casa Ruiloz y Compañía, de Madrid.

Había notado que el capellán era muy aficionado a las palabras terminadas en amen, emen, imen, omen y umen, y que experimentaba cierto deleite pronunciándolas; a cada momento decía examen, o resumen, o dictamen, y a veces traía poco apropósito algunas raras, y que no eran muy castellanas, como el velamen de los barcos, el cacumen, etc.

Pero Laura apartó rápidamente la mirada, sonrió con su dulzura habitual, y abrazando la almohada, acomodó en ella su cara dolorida. Adriana ya no pudo interrogarla. A poco se quedó dormida. La pantalla verde, muy caída sobre la lámpara, en el velador, ponía grandes penumbras en el resto de la habitación. Detrás de Adriana estaba Carmen, que había entrado silenciosamente.

He oído confidencias de caballeros que me enseñaron bastante acerca de la inocencia de las señoritas de la buena sociedad. ¡Muchas de estas mosquitas muertas podrían darnos lecciones! DORA. Desgraciadamente, es exacto; sin embargo, hay entre nosotras algunas que no están muy enteradas y que quieren aparentar que saben más de lo que saben realmente.

Y ya que eso puede ser, me alegro de vuestro lance con don Bernardino. ¿Por qué? A todo el que entra en la guardia española, se le piden pruebas de valiente: conque hayáis reñido bien con don Bernardino de Cáceres, las lleváis hechas. Me parece poco hombre para prueba ese hidalgo dijo con desprecio Juan Montiño. ¡Bah! Don Bernardino es una espada valiente, y muy bravo y sereno.

El enojo que la indigna gacetilla les produjo, se fué templando con la esperanza de aplastar muy pronto a los reptiles que la habían inspirado, o por lo menos darles algunos golpes formidables con el ariete del Duque.

El Arcipreste estaba muy locuaz aquella tarde. La visita de Obdulia a la catedral había despertado sus instintos anafrodíticos, su pasión desinteresada por la mujer, diríase mejor, por la señora. Aquel olor a Obdulia, que ya nadie notaba, sentíalo aún don Cayetano. El Magistral contestaba con sonrisas insignificantes. Pero no se marchaba. Algo tenía que decir al Arcipreste.

Muy bien replicó el monje, al parecer satisfecho de que era un hombre de honor. Supongo entonces que ha llegado el momento de revelarle el secreto, aunque no dudo que le causará indecible sorpresa.