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Pasaban ante el luminoso redondel como una nube de proyectiles negros. Al agotarse la provisión, los comisionistas musculosos y los pastores de las praderas cogieron las sillas y las mesas de la cubierta, y todo comenzó a pasar sobre la borda, cayendo en el agua con ruidoso chapoteo.

Por encima de las tapias del huerto conventual asomaban los negros y rígidos cipreses, que eran como el prólogo del arrobo místico, el dechado de la voluntad eréctil y aspiración al trance; y los sauces anémicos y adolecientes en la región los llaman desmayos , que eran la fatiga y rendimiento, epílogo dulce del místico espasmo; y los pomares sinuosos y musculosos, las ramas, de agarrotados dedos, mostrando rojas y pequeñas manzanas, que no sugerían la imagen del pecado, sino a lo más de un pecadillo.

Otro de ellos atado fuertemente con sólidas lianas, estaba tendido sobre la yerba, haciendo desesperados esfuerzos por librarse de sus ligaduras. Los primeros eran fuertes, musculosos, de pechos amplios, facciones angulosas y duras como las de la raza malaya, pelo abundante y rizado, dientes agudos y ennegrecidos por el uso del betel y piel cobriza, pero de tonos sucios.

Sus miembros eran musculosos, y su cuerpo, en general, conservaba la ligereza de la juventud.

Basilio se entremeció. Aquel era el mismo desconocido que trece años antes había cavado allí la fosa de su madre, sólo que ahora había envejecido, sus cabellos se habían vuelto blancos y usaba bigote y barba, pero la mirada era la misma, la misma expresion amarga, la misma nube en la frente, los mismos brazos musculosos, algo más secos ahora, la misma energía iracunda.

Sus miembros, contrastando desapaciblemente con su estatura, eran de gigante, cortos, musculosos, fuertes; vestía un sayo y una caperuza á dos colores, rojo y azul; llevaba calzas amarillas, zapatos de ante y un cinturón negro que sólo servía para sujetar un ancho y largo puñal.

Hablaban de reglas del arte, buscaban proporciones, el uno decía que tal figura no tenía siete cabezas, que á la cara le faltaba una nariz, no tenía más que tres, lo que ponía algo pensativo al P. Camorra que no comprendía cómo una figura, para estar bien, debía tener cuatro narices y siete cabezas; otro decía que si eran musculosos, si los indios no lo podían ser; si aquello era escultura ó puramente carpintería, etc. cada cual metió su cucharada de crítica, y el P. Camorra, por no ser menos que nadie, se aventuró á pedir lo menos treinta piernas para cada muñeco. ¿Por qué, si los otros pedían narices, no iba él á pedir muslos?

Sonreían al verle, recordando tal vez los cuentos con que amenizaba sus tertulias en el fumadero a altas horas de la noche, cuando finalizaban por cansancio las partidas de poker. Hermosa juventud dijo a Ojeda su compañero . Fíjese en los tipos: altos, musculosos, esbeltos y con una gran agilidad en los miembros.

Este no llevaba falda ni toca mujeriles. Iba casi desnudo, como los hombres condenados al trabajo, con una tela arrollada á los riñones por toda vestidura y mostrando los musculosos relieves de un cuerpo armoniosamente formado. Antes de reconocerlo con sus ojos, sintió el gigante que un instinto fraternal despertaba en su interior para avisarle quién era.

En cuanto a su vestidura, se componía de una falda de lana muy corta y sucia y de una camisola de lienzo bastante blanca; sus curtidos bracillos musculosos, cubiertos de vello dorado, estaban desnudos hasta el codo, a pesar del intenso frío que hace en el invierno a tal altura; en fin, por todo calzado llevaba dos enormes chanclos destrozados.