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Y mientras permanecía con el espinazo doblado, y Momaren, rojo de emoción, miraba á unos y á otros para convencerse de que todos se daban cuenta de tan enorme homenaje, dos matronas barbudas murmuraron bajo sus velos: De seguro que piensa pedirle algo mañana mismo para alguna de sus amigas. Y lo que se lleve lo quitará á nuestros maridos contestó la otra.

Gruñeron unos, murmuraron otros; pero al fin Presentación obtuvo un puesto y yo otro a su lado; pero mi inquietud y ansiedad eran tales, que me levantaba con frecuencia para alargar el cuerpo fuera de las barandillas con objeto de examinar todo el ámbito del salón y las pobladas tribunas.

Paca predicaba allá en un grupo lejano; pero en cuanto los vió se vino hacia ellos, saludó á Soledad con efusivo cariño y á Velázquez con la franqueza de siempre, como si no hubiera pasado nada. La presencia de Soledad causó, como de costumbre, grata impresión en el sexo masculino. Se murmuraron requiebros hiperbólicos, se dijeron al oído unos á otros frases de entusiasmo.

6 Pero estas cosas fueron hechas en figura de nosotros, para que no codiciemos cosas malas, como ellos codiciaron. 7 Ni seáis honradores de ídolos, como algunos de ellos, según está escrito: Se sentó el pueblo a comer y a beber, y se levantaron a jugar. 10 Ni murmuréis, como algunos de ellos murmuraron, y perecieron por el destructor.

22 maravillas en la tierra de Cam, temerosas cosas sobre el mar Bermejo. 23 Y trató de destruirlos, a no haberse puesto Moisés su escogido al portillo delante de él, a fin de apartar su ira, para que no los destruyese. 24 Y aborrecieron la tierra deseable; no creyeron a su palabra; 25 antes murmuraron en sus tiendas, y no oyeron la voz del SE

Antes de que hubiese llegado a la puerta, sus labios murmuraron alegremente: ¡Elena, Elena, hija mía, mi querida niña! ¡Me quedo, me quedo! ¡No me separaré de ti mientras viva! La señorita de Bruinsteen estaba sentada delante de una mesa y copiaba pasajes de un libro.

Sus ojos febriles se posaron con angustia en ella, sus labios murmuraron otra vez «¡PerdónSin hacer caso alguno, la esposa de D. Pedro se metió de nuevo en la cama y apagó la luz. Los rayos del sol matinal, penetrando por las rendijas del balcón, alumbraron aquellos dos insomnios. Con la luz de Dios comenzó el bárbaro suplicio de una criatura inocente.

¡Yo prefiero a Francia! suspiró la esposa del primer secretario, una jovencita pálida de cabello rizado. ¡Ah, la Francia! murmuraron algunos comensales, poniendo los ojos en blanco. El gordo Meriskoff agitó los lentes de oro. Francia tiene un pero, que es la cuestión social. ¡Oh, la cuestión social! murmuró sombríamente Camilloff. Y conversando con tanta sabiduría, llegamos por fin al café.

No pudo gritar ni moverse. Al cabo se incorporó: sus labios murmuraron: «¡Jesús, asístemeComprendió que era necesario morir y pidió al cielo que no le hiciese sufrir mucho tiempo. Se despidió con el pensamiento de sus padres, de sus hermanos, de sus amigas, de Nolo... Y un sollozo que se había ido formando poco á poco dentro de su pecho estalló al cabo como una nube cargada de agua.

Todo su cuerpo se estremeció como el mástil de un barco al golpe del viento. Por un instante pudo creerse que el fiero león caía sobre el gato y lo deshacía entre sus garras; mas la chispa se apagó sin causar estrago. Quedóse otra vez pálido, bajó los ojos y de ellos brotó una lágrima ardiente y silenciosa. Lo único que sus labios trémulos murmuraron fué: «¡Señorde un modo casi imperceptible.