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Ya no podía negársele que había mujeres que derrochaban tesoros para vivir entre lujos y deshonestidades; «mujeronas empingorotadas» que escandalizaban al mundo y se burlaban de la ley de Dios; mujerzuelas de más abajo que arruinaban a sus maridos por el vicio de ser tan escandalosas y desarregladas como las de más arriba; hombres que perdían a una carta en un instante la hacienda de todos sus hijos..., ¡y casi siempre la bambolla y la lujuria, de más cerca o de más lejos, danzando en los enjuagues del dinero y en las angustias del plazo!

Una mujer como usted no se resigna al abandono ni á que la engañen con viejas como la Deverrière y la Tresorier, ó con mujerzuelas, como... Le interrumpí furiosa: Aunque Jacobo fuera mil veces más infiel, no le engañaría con usted. Con otro, puede... ¡! Si supiera que eso le hacía á usted sufrir, acaso...

, Luis; ríe cuanto quieras; celosa desde hacía un año, en vista de sus amoríos y sus escándalos. Lo sabía todo; su vida entre bastidores, sus apasionamientos momentáneos y ruidosos por mujerzuelas que se le comían la fortuna; hasta le habían dicho que tenía hijos. ¿Podía permanecer tranquila? ¿No debía defender la posesión de su marido, que era lo único que tenía en el mundo?

El Rey no lo perdonaría nunca balbuceé. ¿Pero somos mujerzuelas o qué? ¿Quién se cuida de que el Rey perdone o no? Medité profundamente, y en la habitación no se oía otro rumor que el tic-tac del reloj, cuyo péndulo osciló cincuenta, sesenta, setenta veces; por fin mi rostro debió reflejar mis pensamientos, porque de repente el viejo Sarto asió mi mano y exclamó conmovido: ¿Irá usted?

Yo temblaba de zozobra... Entraron luego unas mujeres, unas mujerzuelas... ¡qué horrible gente!... Con sus gritos me desvanecieron y con sus manos me maltrataron.

No crea usted que era una de esas mujerzuelas borrachas y embrutecidas, que es el papel que en las novelas se reserva siempre a la hembra del verdugo. Era una moza de mi pueblo, con la que casé al volver del servicio. Tuvimos un hijo y una hija; pan poco, miseria mucha, y ¿qué quiere usted? la juventud y cierta brutalidad de carácter me llevaron al oficio.

Intervinieron los guardias de orden público en favor de las mujerzuelas, y mientras tanto, huyeron en un segundo los lujosos trenes, al galope, a la desbandada, mordiéndose los hombres el bigote de despecho, escondiendo las mujeres, llenas de vergüenza, los rostros azorados.

Todas aquellas mujerzuelas que se codeaban sin piedad para verla cruzar hacia la iglesia se creerían defraudadas si se hubiera casado prosaicamente y la viesen de bracero con su marido, precedida de una niñera con tierno infante en los brazos. La plaza estaba llena de curiosos.

Y no para aquí su magnanimidad, sino que rescata cautivos, proporciona médicos y camas a los pobres, convierte a buen vivir a las mujerzuelas baldías. En Almería y en Maqueda ha fundado algunos conventos; en Torrijos también ha fundado uno; y además un hospital, y además ha mandado construir una iglesia.

Casarme con tu hermana, no terminó Dupont. Eso es una locura, Fermín; piénsalo bien: un disparate. Fermín se exaltó al contestar. ¡Un disparate! conforme; pero lo era para la pobre Mariquilla. ¡Vaya una fortuna! ¡Cargar con un hombre como él, que era un saco de vicios, y no podía vivir ni con las mujerzuelas más soeces de aquella tierra!