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Al volver sus ojos hacia Mina, creyó encontrar una mujer nueva.

El milagro y el verdadero Dios eran incompatibles. Había coincidencias providenciales, que al hombre piadoso debían servirle de advertencias saludables, emanadas de Dios, traídas por la naturaleza. No era un milagro que se hubiesen equivocado los médicos que antaño le habían condenado para siempre a la esterilidad de su mujer; no era un milagro que Emma pariese ya cerca de los cuarenta años.

Por allí tenía que pasar yo para llegar a donde mi destino me arrastraba; y pasar por allí, por aquel, hombre, aunque no fuera más que pasar de largo, era, para una mujer de mi estómago, ir al patio de una cárcel, a la picota, a los cubiles del circo..., a las fieras mismas. »Llamele aparte en la primera ocasión de ello que tuve, y le cité para el día siguiente, después del almuerzo.

Eso me gusta... El mes que entra la pondremos en un colegio, interna. Ya es grandecita... es preciso que vaya aprendiendo los buenos modales... su poquito de francés, su poquito de piano... Quiero educarla para maestrita o institutriz, ¿verdad? Adoración la miraba como en éxtasis. «¿Y esa mujerpreguntó luego Jacinta a Severiana, refiriéndose a la madre de Adoración. «Señora, no me la nombre.

10 Mas se refrenó Amán, y vino a su casa, y envió, e hizo venir sus amigos, y a Zeres su mujer. 11 Y les refirió Amán la gloria de sus riquezas, y la multitud de sus hijos, y todas las cosas con que el rey le había engrandecido y con que le había ensalzado sobre los príncipes y siervos del rey.

Al poco rato del feliz estreno, se apareció un individuo de la ronda secreta que, empujándola con mal modo, le dijo: «Ea, buena mujer, eche usted a andar para adelante... Y vivo, vivo... ¿Qué dice?... Que se calle y ande... ¿Pero a dónde me lleva? Cállese usted, que le tiene más cuenta... ¡Hala! a San Bernardino. ¿Pero qué mal hago yo... señor?

Esta vida de alucinación dolorosa había empezado para él cierta noche en que se dirigía á su casa completamente ebrio. Una mujer le salió al paso: una mujer enjuta de carnes, con la tez algo cobriza y unos ojos grandes, negros, ardientes.

¡No hay que hacer de la vida un convidado de piedra, porque á lo mejor habla la sombra de D. Gonzalo! Mi mujer y yo hemos tenido un pesar grave. Á través de la más delicada reserva, entre palabras de consuelo con que el buen Lesperut se anima, hemos penetrado que su hijo Hipólito le ocasiona sinsabores profundos.

La monótona existencia de a bordo, favorecedora de la tentación, las abstenciones de un largo viaje dedicado por entero a los negocios, la influencia del ambiente cálido, el hálito afrodisíaco del Océano, habían quebrantado y reblandecido la glacial serenidad de aquella mujer.

¡Cómo! profirió la señora con voz alterada . ¿No sabe usted que le tengo prohibido que nadie bese a los niños...? ¡Y les besa una mujer que vive en uno de esos barrios sucios, llenos de miseria, y habita en una casa que será seguramente un foco de infección...! ¡Ahora mismo a desinfectar a estos niños! ¡Ahora mismo, sin pérdida de tiempo!