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Doña Clara no tuvo paciencia para que el alcaide acabase de abrir. Golpeó con su pequeña mano la puerta, y dijo con toda la fuerza de sus pulmones y toda la alegría de su alma: ¡Juan! ¡Juan! ¡Clara de mi alma! gritó desde adentro el joven. Sin duda ninguna son marido y mujer, cuando se tratan así delante de gentes dijo el alcaide acabando de abrir.

No deje Vd. de ir, compañero; esa señora es una potencia. Con lo cual a la hora marcada se presentó en casa de la Condesa, que le recibió en un espacioso gabinete seriamente alhajado donde a vueltas de mucha severidad había detalles que acusaban a la mujer elegante.

Estas cosas no hacen daño y dan prestigio. Déjeme a , que conozco la vida... ¿Que no le interesa a usted esa señora? No importa; siempre es bueno adquirir importancia a los ojos de una mujer... Está bien; no se irrite. Beba un poco.

Y estos ladrones consentidos y acatados, ¿no tienen mujer con historia negra, e hijas con parecidos extraños? Y estas hijas, sin ser santas ni servir ninguna de ellas para descalzar a mi inocente Luz, ¿no se ven bien codiciadas de los guapos mozos, y a sabiendas, y no se casan sin que las gentes se escandalicen ni se junte el cielo con la tierra?

Ya se sabe que el que lo tiene, lo tiene; pero ahora vamos al caso de que es preciso que a todos les llegue su día, y que cuantos nacemos iguales gocemos de lo mismo, ¡tan siquiera un par de horas! ¡Siempre unos holgando y otros reventando! Pues no ha de durar hasta la fin de los siglos, que alguna vez se ha de volver la tortilla. El que está debajo, mujer, debajito se queda. ¡Conversación!

El buen gusto y la economía tienen íntima relación. Al estrecharse un poco los presupuestos destinados al atavío, la mujer aguza su ingenio para suplir con el arte los adornos costosos. Y entonces está mejor, porque no consiste la elegancia en gastar mucho, sino en gastar bien.

La albahaca es caprichosa; todas las plantas han de ser regadas, según la buena horticultura, por la mañana o por la tarde; la albahaca pide el riego a mediodía. Esta planta, tan ufana con su agradable aroma, parece una mujer bonita. Los viejos dicen que el olerla produce jaquecas; también las producen las mujeres bonitas.

Y el joven que a la misma hora se hallaba cruzado de brazos, con la cabeza inclinada sobre el pecho, frente a un retrato de mujer, ¿acaso sonreía?... No, no; tampoco sonreía. El prelado vino a la reja y dijo a la novicia: Ya no te llamarás María Magdalena, sino María Juana de Jesús. La novicia fue a postrarse delante de la abadesa, y besó con respeto el crucifijo de su rosario.

El desprecio iba, pues, sofocando en su corazón todo afecto, como la nieve apaga la llama del holocausto en el altar en que arde. Ya no existía para él la mujer a quien había cantado en sus versos y que en sus sueños le había seducido.

Al fin, él se fue. Yo di al carcelero un escudo; quitóme los grillos. Dejábame entrar en su casa. Tenía una ballena por mujer y dos hijas del diablo, feas y necias, y de la vida, a pesar de sus caras. No quiso comer.