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Eichelberger no existía; había muerto, o tal vez estaba de vuelta en Europa. Y los dos existían unidos como esposos, en la libertad de un pueblo nuevo, teniendo con ellos a su hijo. Fernando y Karl eran los dos únicos seres de este mundo que ella podía amar. Vivir para siempre entre el hombre adorado y su hijo, ¡qué inmensa dicha!... Pero no era más que un ensueño; una ilusión del viaje oceánico.

Aquel semblante estaba frío y rígido. ¡Dios mío! ¡Poderoso señor! ¡un difunto! exclamó todo erizado el cocinero mayor. Y para acabar de probar un terror, como después de él no ha probado ninguno, se oyeron algunas voces cercanas que dijeron: ¡Téngase á la justicia! ¡La justicia! ¡y sobre un muerto yo! exclamó el mismo Montiño ; ¡el infierno llueve sobre desventuras!

Al pronto se atribuyó este cambio de carácter a la circunstancia de haberse muerto una hermana a la cual quería acendradamente, y que le legaba, para que velase por ella, una hija de la edad de Magdalena, su mejor amiga, y su inseparable compañera de estudios y de recreos.

La maldita fragata inglesa nos daba caza, y como era más velera que la nuestra, no pudimos zafarnos y tuvimos también que arriar el trapo a las tres de la tarde, cuando ya nos habían matado mucha gente, y yo estaba medio muerto sobre el sollao porque a una bala le dio la gana de quitarme la pierna.

¿Cómo vigilan ahora al Rey? pregunté, recordando que dos de los Seis habían muerto y que igual suerte había cabido a Máximo Holf. Dechard y Bersonín están de guardia por la noche y Ruperto Henzar y De Gautet, de día contestó Juan. ¿No más que dos a la vez?

Por muerte de Corbaran de Alet fué Senescal, Maestre de Campo, general del exército, y despues de muerto Roger, y berenguer preso, le gobernó por espacio de cinco años, sin competidor alguno, y en este tiempo destruyó muchas Ciudades y Provincias.

El muerto tenía dos heridas que debieron ser de armas de fuego segun lo que él estudió despues y serían las resultas de la persecucion en el lago.

¡Y el maldito cirujano sin venir! Habían ido a avisarle con urgencia, a su casa, al hospital, a todas partes. Llegó por fin, y comprendió a primera vista que Romagné había muerto. Lo sospechaba exclamó el notario, llorando con mayor amargura, si es posible. ¡Bestia de Romagné! ¡Criminal! Esta fue la oración fúnebre del desdichado auvernés. Y ahora, doctor, ¿qué haremos?

Lo malo estaba en que no tenía apetito, aquel apetito que él perdía difícilmente. Tomó dos huevos pasados por agua, y acabó por acostarse. Tardó mucho en dormirse; y soñó, llorando, con Serafina, que se había muerto y le llamaba desde el seno de la tierra, con un frasco entre los brazos. El frasco contenía un feto humano en espíritu de vino.

Pero he cultivado esos campos, mi mujer y mi hija han muerto ayudándome á limpiarlos y no los he de ceder sino á aquel que pueda hacer por ellos más de lo que he hecho yo. ¡Que los riegue primero con su sangre y que entierre en ellos á su esposa y á su hija!