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Me dolía la cabeza y cuando dirigí en torno mío una mirada vaga, creí ver enfrente, trazadas en el yeso de la pared, las palabras: «¡Oh, si ella murieraSentí un calofrío y me vino este pensamiento: «Si Marta se muere ahora, será tu deseo lo que la habrá muertoMe levanté vivamente y me acerqué al espejo.

¿Y aquel joven deslumbrante, que en un encuentro, tal vez suscitado por él, muere entre los brazos de una mujer abnegada, que quiere defenderlo con su cuerpo contra los golpes de su matador implacable?... Y el matador, poco después, cae en una plaza pública, bajo las primeras balas de un motín insignificante....

Fuime hacia Marly y a las once volví a casa, rendido por el cansancio y la pena. Sin embargo, pude observar que la fatiga corporal es casi siempre un alivio para los dolores del alma. »A la sazón acababa de despertar Magdalena. »¡Pobre amor mío! Ella no sufre: se muere poco a poco, sin advertirlo siquiera.

El que muere en estas ejecuciones del capataz no deja derecho a ningún reclamo, considerándose legítima la autoridad que lo ha asesinado.

Las palabras se ostentan de malicia: no cumplirá ninguno la que diere, aunque sepa chocar con la justicia. El que dice verdad, de honrado muere: quien no la dice es noble caballero, y de su vida su nobleza infiere. Llaman sagaz y sabio al que es fullero, y se tiene por gran sabiduría lo falso introducir por verdadero.

El elector, el club parroquial, pueden ir valientemente al atrio a votar, porque no tienen responsabilidades; el soldado muere en el asalto, en la lucha cuerpo a cuerpo; la metralla lo quema y lo despedaza, pero muere sin responsabilidad.

La revelación, una vez hecha por medios verosímiles, ordenados con exquisito arte, hace inevitable el conflicto. Los dos rivales salen al campo y riñen a puñaladas. La riña está vigorosamente descrita. Muere en ella el burlador, que en los últimos momentos y escenas de su vida se ha mostrado generoso y simpático. Así termina la novela.

Y dentro del cerebro, como martillazos, oía aquellos gritos de don Santos: «¡Ladrón... ladrón... rapavelas!». La Regenta por Leopoldo Alas «Clarín» Librería de Fernando , Madrid Con Octubre muere en Vetusta el buen tiempo.

Frígilis miró a Pepe como si no le conociera; y como hablando consigo mismo dijo: La vejiga llena.... La peritonitis de... no quién.... Eso dicen ellos. ¿La qué, señor? Nada... ¡que se muere de fijo! Y Frígilis entró en un gabinete, que estaba a obscuras para llorar a solas. Poco después Pepe vio salir al coronel Fulgosio y detrás a Somoza el médico.

Fortunata se le puso delante cuando volvía hacia la mesa central. «Tenía que hablar contigo... Como no se te ve... ¡Ay, qué amigas estas, se muere una sin que le digan nada!». Algo se tranquilizaba Aurora con este lenguaje, y sonriendo contestó: «Hija, con tantas ocupaciones, no tiene una tiempo para visitas. Pensé ir a verte... Pero siéntate». Estoy bien así... Pronto despacho.