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En las sombrías aguas marciales cargadas y sobrecargadas de hierro, en las muy cálidas aguas termales, encontraréis ese ligero mucus y esas criaturillas que se asemejan á gotas apenas desarrolladas, pero que oscilan y se mueven. No importa cómo se las clasifique, ni que Candolle las honre con el nombre de animales, y que Dujardin las relegue al último rango de los vegetales.

Necesitaban ser ligeros, y para serlo prescindían de la coraza rígida y dura del crustáceo, que impide los movimientos, prefiriendo la cota de malla cubierta de escamas, que se dilata y se pliega, cede al golpe y no se rompe. Querían ser libres, y su cuerpo, como el de los luchadores antiguos, estaba cubierto de un aceite resbaladizo, el mucus oceánico, que escapa fugaz á toda presión.

Pero todo esto no nos impide repetir la pregunta que fué el primero en hacer Bory de Saint-Vincent: «¿Qué es el mucus del mar? ¿La viscosidad que presenta el agua en general? ¿No es acaso el elemento universal de la vida

Lo que con más claridad se entrevé relativamente al mucus del agua del mar, es que, á la vez, es el fin y el principio. ¿Resulta de los innumerables residuos de la muerte que los cedería á la vida?

En la primitiva edad del mundo los numerosos volcanes de que está sembrado tenían una acción submarina mucho más poderosa que ahora. Sus fisuras, sus valles intermedios, permitieron al mucus marítimo acumularse por capas, electrizarse de las corrientes. Sin duda que allí se asió la gelatina, fijóse, se afirmó, inquietóse y fermentó con toda su vigorosa potencia.

Nuestra piel, formada enteramente de boquitas, y que á su modo absorbe y digiere como el estómago, necesita acostumbrarse á tan fuerte alimento, á beber el mucus del mar, esa leche salada que constituye su vida, con la que hace y rehace los seres.

A aquéllos que quieren pegarse el mucus hilante, pegajizo, proporciona un cable de anclaje que se nombra su biso, el cual se forma, precisamente, como la seda, de un elemento gelatinoso al principio.

Las opiniones que acaban de exponerse, debidas á los hombres de ideas más avanzadas y más serios del día, no son inconciliables con las que profesaba hará cosa de treinta años, Geoffroy Saint-Hilaire, sobre el mucus general, de donde parece que la Naturaleza extrae toda su vida. «Es dice aquel sabio, la sustancia animalizable, el primer grado de los cuerpos orgánicos.

La base universal de vida, el mucus embrionario, la viviente gelatina animal de donde nació y renace el hombre, donde tomó y toma sin cesar la jugosa consistencia de su ser, ese tesoro, enciérralo el mar hasta tal punto que es su propia vida. Con él fabrica, satura sus vegetales, sus animales, prodigándoselo ampliamente. Su generosidad hace burla á la mezquindad de la tierra.

Ese cráter tibio vese coronado de hielo animado, animal y polípero que, arrojando constantemente de un mucus, va elevando ese círculo hasta la baja mar, no más arriba, pues más altos estarían en seco; ni tampoco más abajo, porque necesitan luz. Y si no tienen órgano especial de la visualidad, la luz les penetra.