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Entre la publicación de las dos series de Escenas Montañesas mediaron muchos años. Todavía pasaron más antes que Pereda se decidiese a abandonar sus jándalos, sus mayorazgos y sus raqueros, y a ensanchar el radio de sus empresas, imaginando fábulas de mayor complicación y cuadros más amplios.

Aun en medio de su angustia, encontró el gesto enérgico y sus antiguos votos de soldado para rechazar a los enemigos. Se ahogaba, pero no quería que lo viesen los canónigos. Adivinaba en muchos de ellos la satisfacción tras el gesto compungido. ¡Que nadie le tocase! ¡

Cada rey tenía en el Olimpo sus parientes, y era hijo, o sobrino, o nieto de un dios, que bajaba del cielo a protegerlo o a castigarlo, según le llevara a los sacerdotes de su templo muchos regalos o pocos; y el sacerdote decía que el dios estaba enojado cuando el regalo era pobre, o que estaba contento, cuando le habían regalado mucha miel y muchas ovejas.

Aresti seguía moviendo la cabeza, como quien oye una canción harto conocida. No le extrañaba la situación de Sánchez Morueta: era la de muchos poderosos de aquella tierra. Vivían rodeados de todos los goces del bienestar, pero en una pobreza triste de afectos. Los matrimonios eran vulgares asociaciones para crear hijos y que la fortuna no se perdiera.

La madre le ofreció su delantal de hule, que él rehusó; ya tenía un pantalón viejo, destinado a perecer en la demanda, y por nada del mundo renunciaría a sentir aquella onda tibia.... Su contacto derretía no qué nieve de austeridad, cuajada sobre un corazón afeminado y virgen allá desde los tiempos del seminario, desde que se había propuesto renunciar a toda familia y todo hogar en la tierra entrando en el sacerdocio; y al par encendía en él misterioso fuego, ternura humana, expansiva y dulce; el presbítero empezaba a querer a la niña con ceguera, a figurarse que, si la viese morir, se moriría él también, y otros muchos dislates por el estilo, que cohonestaba con la idea de que, al fin, la chiquita era un ángel.

Lo propio puede afirmarse de Holanda y de otros muchos países, si apartamos de ellos con la imaginación lo que por mejorarlos han hecho ya el arte y el ingenio. Pensadores hay que se van al extremo opuesto, y atribuyen la inferioridad soñada o verdadera de nuestra civilización a la abundancia de mantenimientos y a la facilidad de la vida para la gente pobre.

Cuando tuve edad para meterme de cabeza en los negocios por cuenta propia, con objeto de ganar honradamente algunos cuartos, recuerdo que lucí mi travesura en el muelle, sirviendo de a los muchos ingleses que entonces como ahora nos visitaban.

Pronosticado está que esta mujer vendrá a visitarnos, nos encantusará, se apoderará de muchos de nuestros secretos, los divulgará en luminosos tratados y enseñará una ciencia que poco modestamente apellidará teosofía.

Y no hubo más dijo Maltrana. Pero Ojeda insistió. Cerca del amanecer habían despertado muchos pasajeros que vivían en las inmediaciones del camarote de Isidro. Gritos, golpes a la puerta, llamamientos desesperados de timbre, llegada del mayordomo con su ronda de criados. ¿Qué había sido aquello? Fue obra mía contestó Maltrana bajando los ojos con modestia . Me ocurrió lo de la otra noche.

Las personas con quienes se puede alternar son tan escasas, que realmente se hallan reducidas á una docena á lo sumo; y aun en ellas, no encontrará usted, ni por pienso, la cultura y las maneras de la buena sociedad. Si no trae muchos libros, se me figura que se va usted á aburrir soberanamente. ¡Ah! Los libros son los que hacen posible la vida en estos rincones del mundo.