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Que vengan las muchachas, que vengan las guitarras gritó el de Rumblar, dueño ya tan sólo de la mitad de su corto entendimiento. Poenco, si las traes te hacemos... Te hacemos diputao... ¿Qué es eso? ¡Menistro! ¡Viva la libertad de la imprenta y el menistro señó Poenco!

Cada semana daban, dos o tres días, ración de carne, o conforme el pueblo podía, y en los demás les daban menestras o carne en las faenas, particularmente a los muchachos y muchachas, a quienes siempre les daban cocida la comida; y en los años estériles, en que no recogían lo preciso en sus chacras, les repartían de la comunidad lo necesario para que no padeciesen; y lo mismo hacían con el vestuario, al que ocurrían conforme la necesidad pedía.

¡Phs! profirió Pablito, en quien el deseo de levantarse se había transformado ya en verdadero anhelo. , muy bien... y además tiene gusto para escoger pareja. ¡Caramba qué muchachas tan guapas se lleva usted siempre, señorito! Hace algunos meses le veía bailar siempre con una rubia... ¡hasta allí!

Pero cuando pensaban ya en qué castigo deberían imponer á Flimnap y sus compañeros, los párrafos obscuros y descorazonantes del profesor hicieron resurgir su optimismo y su bondad. Una de las varias muchachas de la Guardia que curioseaban en torno del revólver se había quitado el casco para asomarse á la negra boca del cañón del arma.

Pero V. es otra cosa, coronel; V. es un hombre de mundo, menos arregladito que Hojeda, y puede hacer feliz a cualquier muchacha. Ya lo oye V., D. Facundo dijo el coronel. Los hombres arregladitos no pueden hacer felices a las muchachas. No, hombre, no; no quiero decir eso manifestó doña Martina riendo...

En el patio resonó un alarido de terror, acompañado de brutales carcajadas. Luego carreras ruidosas, choque de cuerpos contra las paredes, todo el estrépito del peligro y el miedo. Rafael se levantó de un salto, sin fijarse en la Marquesita, que rodó por tierra. Tres muchachas entraron en el mismo instante, con tal impulso, que derribaron varias sillas.

Algunas de las muchachas, al recobrar la razón después de la embriaguez de aquella noche, se habían ido a la sierra, no queriendo permanecer en el cortijo. Apostrofaban a los manijeros, guardianes de confianza de sus familias, que habían sido los primeros en aconsejarlas que siguiesen al señorito.

La vio acercarse, en el salón, a la madre de Charito, una señora gruesa, entrada en años, de cara bondadosa y un aire de distinción sonriente; conversaba animadamente con otras señoras y se interrumpió sólo por un instante para besar a Adriana en las mejillas. Un grupo de muchachas, acercándose, la acogieron luego con pequeños gritos, acariciándola y besándola con alegría.

Los chisperos más famosos del barrio dejaban sus hierros y salían en busca de aventuras. Coletilla lanzó una mirada de rencoroso desdén sobre los transeúntes, y cerrando con estrépito el balcón, dijo; ¡Otra asonada! Las dos muchachas temblaron acordándose del miedo que tuvieron pocas noches antes. ¡Ay, cuándo se acabarán estas cosas! observó Clara.

Ni un solo día en todo el tiempo que pasó Clara en Ateca dejaron de ir á la huerta las dos muchachas, y ni un solo día dejó Lázaro de encontrarlas allí por casualidad.