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Atravesó un gran salón que se llamaba el estrado; anduvo por pasillos anchos y largos, llegó a una galería de cristales y allí vaciló un momento. Volvió pies atrás, desanduvo todos los pasillos y discretamente llamó a una puerta. Petra se presentó en el mismo desorden de antes. ¿Qué hay? ¿se ha puesto peor? No es eso, muchacha contestó don Víctor. «¡Qué desfachatez!

Es de suponerse que un viejo guerrero estima, antes que todo, el sangriento laurel para sus sienes; pero aquí se daba el ejemplo de un soldado que participaba de las preferencias de una joven muchacha hacia las bellas producciones de Flora.

Ya no era aquella muchacha bonita, pero débil y delicada, que tenía horror al oscu, no queriendo enseñar lo saliente de sus clavículas. Los cinco años de separación habían hecho de ella una mujer adorable, espléndida, con las redondeces, el color y la suavidad de un fruto de primavera. ¡Lástima que fuese su mujer! ¡Cómo debían desearla los que no estaban en su caso! , señora.

Pero ¡qué diablo! no soy tampoco un monstruo y no me parece enteramente imposible que una muchacha de talento y de corazón se enamore de un mozo que no es tonto, aunque no tenga la belleza de Apolo ni las gracias perversas de don Juan.

Su vida en Los Ángeles, siguiendo los pasos de una muchacha millonaria, había disminuído considerablemente los contados miles de dólares que representaban todo su capital. Necesitaba lanzarse cuanto antes á un nuevo trabajo para no verse en la indigencia.

Rió él ingeniero del tono solemne de la muchacha y acabó por besar su mano. Pero la miraba con la bondad protectora de las personas mayores que se complacen celebrando las malicias de una niña traviesa, y esto pareció contrariar á la hija de Rojas. Acabaré por reñir con usted. Se empeña en tratarme como una muchachita, cuando soy la primera dama del país, la princesa doña Flor de Río Negro.

La educación en Inglaterra, y los elogios del capataz, que veía en su hijo una inteligencia casi tan grande como la de su maestro, influían en la muchacha, ingiriendo en su afecto fraternal una gran dosis de admiración. Rafael no se atrevía a hablar al padrino: le tenía miedo. Pero de Fermín lo esperaba todo, y se confiaba a él.

Adiós, hasta mañana. Mamá me estará aguardando. El Comendador puso la cara más afligida del mundo, viendo que tan secamente respondía la muchacha, ó mejor dicho, no respondía á su repentina y vehemente declaración. Ella se apiadó entonces, sin duda, y añadió sonriendo: Hable V. mañana con mamá... ¿Y qué?... interrumpió D. Fadrique. Y pida V. la licencia á Roma.

Su padre, radiante, se la presentó a la Marquesa de Oreve, que allí estaba y que la acogió con miradas, fijamente investigadoras y palabras de bienvenida un poco arrulladoras y afectadas. Me gustaría saber lo que ha pensado la muchacha de aquella cara redonda, coronada por un complicado edificio de trenzas y rizos y que se paseaba de un hombro a otro con lentitud presuntuosa.

Desengáñese Vd., señorita, el matrimonio no está al alcance de todas las fortunas. ¡Cuando digo que piensa Vd. cosas muy raras! ¿De modo que una muchacha pobre no puede enamorar a un hombre rico, y viceversa? Lo primero no es tan difícil; pero el viceversa es punto menos que imposible. Explíquese Vd. Los encantos de la mujer no necesitan la ayuda del dinero.