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Eso no importa contestó la muchacha . Gracias a Dios, en mi familia ha habido también muchos ahorcados. Realmente, esta muchacha discurría muy bien. Mi madre y yo vivíamos en una casa solitaria, a un cuarto de hora del pueblo, al lado de la carretera. El sitio era alto, claro, abierto y despejado. La casa tenía balcones a tres fachadas.

El tío Frasquito, cepillado ya, limpio y resplandeciente, con sus finísimos guantes de piel de Suecia en una mano y un ligero cabás de Leopoldina Pastor en la otra, entró en el comedor y pidió un refresco de grosella... No llegó a tomarlo: una muchacha de las del servicio apareció dando gritos, sin poder articular, haciendo gestos desesperados de que la siguiese... En un pasadizo cerca de la cocina, frente a una puerta entreabierta, estaba Diógenes, tendido boca arriba, con los brazos en cruz, doblada una pierna, revestido el semblante de una palidez cadavérica, sobre la que se destacaba sus rojas manchas granujientas, amoratadas entonces, casi negras: parecía muerto.

La muchacha se dormía por las noches apenas deletreaba él a la luz del candil alguno de los folletos de la buena época, los renglones cortos de Barcia, que le entusiasmaban como una resurrección de su juventud.

Uno de los dos ancianos llamó aparte a una de las dos mozas gallegas, y preguntóle cómo se llamaba aquella muchacha hermosa que habían visto, y que si era hija o parienta del huésped, o huéspeda de casa. La Gallega le respondió: La moza se llama Costanza; ni es parienta del huésped ni de la huéspeda, ni lo que es.

Algo había, ; o por lo menos apariencia de haberlo. Rafael, cansado de vagar por la casa fatigado de los libros ante los cuales pasaba horas enteras volviendo hojas, sin darse cuenta de lo que decían, refugiábase en el salón donde cosía su madre, vigilando un complicado bordado de la hija de don Matías. Rafael gustaba de la mansa sencillez de aquella muchacha.

Su hermana le instó a dormir y a descansar sin descubrir su presencia; y espiando a Carmencita, la vió subir al sobrado, y fuése a despertar a la fiera, azuzándola con el nombre de la muchacha y con la promesa de que arriba la hallaría sola y suya..., regalada..., ofrecida..., esperándole....

6 de agosto. ¿Sabes que estoy celoso del interés que tomas por todo lo que se refiere a Elena Lacante? La pobre niña es interesante, pero yo también, qué diablo... Y no parece que te das cuenta de ello. Voy, pues, a decirte el estado de Elena. La crisis que se esperaba ha traído un alivio de la fiebre y la muchacha empieza a revivir, a mirar a su alrededor y a darse cuenta de las cosas.

Entró Esperanza, el duque con ella, cerró el postigo, hizo luz con la linterna que llevaba bajo la capa, se quitó el antifaz y dejó ver su semblante á Esperanza. La muchacha se estremeció y cayó de rodillas. ¡Ah, señor! ¡perdonadme, perdonadme por haber dudado de vuecencia! exclamó. No me conocías dijo el duque , y nada tiene de extraño.

Al mediodía llegó el médico, que reconoció a Martín la herida, le tomó el pulso y dijo: Ya pueda empezar a comer. ¿Y le dejaremos hablar, doctor? preguntó la muchacha. . Se fué el doctor, y la muchacha de los ojos negros descorrió las cortinas y Martín se encontró en una habitación grande, algo baja de techo, por cuya ventana entraba un dorado sol de invierno.

Ni rastros quedaban en ella de la hija mayor de don Aquiles, de aquella muchacha esbelta, más graciosa que bonita, soberbia heroína de un drama de amor.