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¡, también yo soy prostituta! respondió con apresuramiento, casi con orgullo, una muchacha no menos bien trajeada. Estaba muy contenta de verse en la sala del tribunal, donde todo le gustaba. Había ya cambiado algunas miradas con el joven abogado. ¿Y usted? ¿Quiere prestar juramento? , con mucho gusto. ¿Ve usted, Karaulova?

La muchacha tendría quince o diez y seis años; era delgada, esbelta, con las mejillas doradas por el sol; los ojos brillantes, obscuros; el pelo rubio, de fuego, y la expresión entre asustada y salvaje. En las paredes del cuartucho había unos mapas, un barómetro, un reloj de barco y una brújula; se notaba que era la casa de un marino.

Los dos pequeños ya no iban á la escuela, por miedo á las peleas que debían sostener al regreso. Y Roseta, ¡pobre muchacha! era la que se mostraba más triste.

Y tiene razón la muchacha dijo para el duque de Osuna, pero sin soltarla. Esperanza estaba fuertemente asida al marco de la puerta y pugnaba por desasirse del duque. Si no me soltáis, grito. El duque se decidió á darse á conocer. Y si gritas y vienen y yo no te suelto, te encontrarán con el duque de Osuna.

¡Pero, sosa, mala sombra! ¡Si ha sido sin intención; nada más que por jugar, para ver ese hociquillo tan mono que pones cuando te enfadas!... Ya sabes que soy tu hermano. Fermín y yo, la misma cosa. La muchacha parecía serenarse, pero sin perder su gesto hostil. Güeno; pues que el hermano se meta las manos donde le quepan.

Y como el conspicuo disputador, dejando su asiento, mostrase querer tomar el ex-voto que la muchacha ofrecía en aras de la diosa Libertad, Amparo se desvió y fuese derecha al patriarca. El corro se abrió para dejarla paso. La muchacha, sin soltar el ramo, miraba al viejo.

Pero, muchacha, eso que dices no es apagar el fuego, sino echarle leña para que arda más. Si han de murmurar como uno al verte con el vestido nuevo, murmurarán como dos al ver con levita nueva a don Paco. Pues que murmuren.

Ella lo llamó por teléfono para decirle que no volviese más a su casa, sin una palabra, ¡sin una mirada que atenuase tan brutal resolución!... ¡Cuánta mayor nobleza y sentimiento había en la pena de esta pobre muchacha soltera, casi solterona ya, que ahora le hablaba en nombre de su hermana menor!

La muchacha, como si la penosa revelación la hubiese sumido en la insensibilidad de los imbéciles, no cerró los ojos, no movió la cabeza para evitar el golpe. La mano de Fermín volvió a caer sin rozarla. Fue un relámpago de ferocidad; nada más. Montenegro se reconocía sin derecho para castigar a su hermana.

Probándose don Juan ropa en casa de su sastre, vio cierto día a una linda muchacha, de oficio chalequera, que iba a entregar.