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Porrque mirrra, la verrrdad prosiguió con aire de íntima confianza . Yo soy muy católico, muy creyente, perrro lo que es el clerrro, deja mucho que desearr en todas parrtes... No se encuentra un sacerrdote que nos conozca bien, que sepa amoldarrse a nuestro modo de serr, al modo de sentirr de las gentes de nuestrrro círrculo... El mismo padre Cifuentes, el otro día, en el entierrro del general Tercena, me dio la tarrde, hijo, me dio la tarrde... empeñado en convencerrme de que yo me había de morrrirr también, y que era menester preparrrarrse y pensarr en lo eterrno... En fin, hijo, me angustió, ¡me angustió de verrras!... Y cuando lo de Pepita Abando, ¿ no sabes?... Estuvo atrroz, atrroz, crruelísimo... Una muchacha tan buena, tan elegante, tan carrritativa, que nunca tuvo más pasión que Pablo Verrra, y todo Madrid lo sabía y lo sancionaba, y hasta su mismo marrrido se hacia cargo... Pues nada, hijo, el padrre Cifuentes no se lo hizo: se puso malo Pablitos, y Pepita, ¡clarrro está! atrropelló porr todo, y se instaló a su cabecerrra.

Ella, la infeliz muchacha de «la calle», la chueta, habituada a ver a los suyos plegados y temerosos bajo el peso de un odio tradicional, visitaría estas ciudades, se mezclaría en los desfiles de riqueza, tendría francas las puertas que había contemplado siempre cerradas, y entraría por ellas apoyándose en el brazo de un hombre que le había parecido siempre la representación de todas las grandezas terrenales.

La muchacha hubiera expirado en el punto, si la virtud poderosa del collar no la hubiese asistido. El collar resistió en parte la fascinación infernal de aquel demonio; pero como al punto fué arrebatado del blanquísimo cuello, Híala cayó, no muerta, pero desvanecida, en profundo paroxismo, pero conservando en el desmayo su interior conocimiento.

Pero nada, lo de siempre; bastó que la muchacha opusiera la resistencia que el fingido pudor exigía, para que él, seguro de vencer, enfriara, cejase en su descabellado propósito, contentándose con pequeños favores y con el conocimiento exacto de la hermosura que ya no había de poseer. Y de una en otra vino a declarar el hallazgo de la liga, aunque sin decir que había sido de su mujer.

La reitana se puso encendida como una cereza. Andrés también se ruborizó y no supo qué contestar. Vaya, estoy viendo continuó el paisano que voy a tener que armar garduñas alrededor de casa para los señoritos que me quieren comer las uvas. ¡Padre! exclamó la muchacha sofocada. Andrés sonreía estúpidamente.

Después quise catequizar a la muchacha que conducía al colegio unas niñas, y me acogió muy bien mientras supuso que estaba prendado de sus gracias; mas en cuanto le manifesté tímida y veladamente mi pensamiento, me soltó una rociada de injurias y denuestos, que sólo mi paciencia, que es muy grande, pudo tolerar.

Con que una muchacha prefiera a otro, ¿verdad? No señor, no es eso; entre nosotros hay ciertas leyes... Lo que en otro cualquiera no es cobardía, pongo por caso, en uno de nosotros lo es... Luego hay el espíritu de cuerpo... Si los compañeros saben que V. no ha quedado encima en cualquier cuestión, le dejan de saludar y le obligan a salirse del cuerpo... La verdad es que la milicia es una cosa muy seria, y que no se puede jugar con ella.

Y cayó otro proyectil, un frasco vacío, que explotó como una bomba. La muchacha echó a correr escalera arriba, a tiempo que salía del comedor misia Casilda, con su cara de muñeca sin expresión, tan rosada y lustrosa que de porcelana parecía, y el pelo partido al medio y recogido detrás de las orejas, ennegrecido y pegado a la frente por el cosmético. ¿Qué hay? ¿qué escándalo es éste?

Nos acercamos al caserío. No hubo necesidad de llamar; la puerta se hallaba abierta y en el umbral se encontraban la hija del inglés en compañía de una muchacha morena, desgarbada, con los pies desnudos. La hija del capitán tenía los ojos como de haber llorado. ¡Cuánto ha tardado usted! me dijo. No he podido venir antes. Vamos a ver a mi padre.

Iba la muchacha a entrar en el portal de su casa, cuando la detuvo llamándola por su nombre: volvió el rostro la chica, acercose el caballero y cambiaron unas cuantas frases, que denotaban gran confianza.