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Si no le diste alcance no fué porque te faltasen piernas, sino porque no quisiste que los mozos del Condado te cortasen la retirada. Pero en aquella ocasión por su fuerza y por su audacia se distinguió Nolo, el hijo del tío Pacho de la Braña, entre todos los hijos de Villoria y Entralgo y ganó gloria imperecedera.

Con lo cual dispuso nuestro capitan 300 españoles, y bajó con ellos y los Cários el rio Paraguay 30 leguas, hasta el pueblo de los Agaces, que estaban durmiendo en el sitio que les habiamos dejado. Reconociéronlo los Cários, é improvisamente dieron sobre ellos, entre 3 y 4 de la mañana, y mataron á todos sus enemigos, viejos y mozos, segun la costumbre que tienen cuando quedan victoriosos.

Capeábanle los mozos alegremente, y fue el caso que uno de ellos, más valentón que sus compatriotas, en vez de sortear al novillo, se dejó sortear por él; notable equivocación: enganchole el asta retorcida de la faja que en la cintura traía, y aún no se sabe cuáles hubieran sido las vicisitudes del jaque a no haber acudido en su auxilio dos primos suyos, movidos de aquel impulso natural que todos tenemos de amparar a los que andan enredados con animales cornudos.

¿Por qué no les habla, don Melchor?... Son mozos buenos... vea... y... ¡mire que lo quieren a usted!... ¡A !... a no me quiere nadie, ¿entiende?... ¿Por qué dice eso?... ¡Porque es así!... Yo he tenido muchos amigos cuando tenía qué dar, ¿sabe, Baldomero? ¡pero se acabaron esos tiempos!... ¡Cómo se van a acabar, señor! ¡Si a usted lo quieren hasta los chimangos!...

La variedad que hoy en platos se encuentra, cederá a la fuerza de las circunstancias; lo que nunca podrá perder será el servicio: la fonda nueva no reducirá nunca el número de sus mozos, porque es difícil reducir lo poco; se ha adoptado en ella el principio admitido en todas: un mozo para cada sala, y una sala para cada veinte mesas.

Los picadores Potaje y Tragabuches, mozos rudos y de acometividad, aficionados a riñas y «broncas», y que sentían una confusa aversión hacia los hábitos, le azuzaban en voz baja. ¡Ahí lo tiés!... Entrale por derecho... Cuérgale der morrillo una soflama de las tuyas.

Cosas de mozos; se ha enamorado á bulto. Pues mirad: ha acertado en enamorarse, porque eso tiene ahorrado para cuando la vea el semblante. ¿Pero quién es ella? ¿habremos tropezado con otra pieza mayor? No por cierto; se trata de una doncella que, á pesar de su hermosura, nunca ha tenido novio. El nombre, tío Manolillo, el nombre. Doña Clara Soldevilla.

-Cuatro hombres -respondió el ventero- vienen a caballo, a la jineta, con lanzas y adargas, y todos con antifaces negros; y junto con ellos viene una mujer vestida de blanco, en un sillón, ansimesmo cubierto el rostro, y otros dos mozos de a pie. ¿Vienen muy cerca? -preguntó el cura. -Tan cerca -respondió el ventero-, que ya llegan.

Querría bañar sus miembros en ese soplo abrasado, querría vaciar todos los cálices si hubiera dentro de ellos algo que pudiera beberse. En el molino ha cesado el trabajo un poco antes de lo acostumbrado; los mozos quieren ir a la aldea a festejar San Juan. Van a bailar, a quemar toneles de alquitrán, a hacer los locos mientras tengan fuerzas. Gertrudis suspira. ¡Quién pudiera ir también!

Por eso dijo Voltaire, con razón, que el pueblo vasco es un pequeño pueblo que baila en la cumbre de los Pirineos. Después de saltar y brincar emprendimos la vuelta entre la algazara de los chiquillos y las canciones de los mozos. A primera hora de la noche ya estábamos otra vez en Lúzaro, en la plaza, bailando.