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Corriente; pero ¿a qué puertas había ido a llamar Ángel? ¿Quién era ella? Y Ángel, que no tenía motivos racionales para callarlo ya, lo dijo hasta con entusiasmo.

Asuntos intrincados de familia, reclamaciones futuras, y aun proyectos vastos concebidos en París, de invertir aquí sus cuantiosos caudales en tal o cual especulación industrial o mercantil, eran los motivos que a nuestra patria le conducían.

Ester, dijo, no pregunto por qué motivos, ni cómo has caído en el abismo, mejor dicho, has subido al pedestal de infamia en que te he hallado. La razón es fácil de hallar. Ha sido mi locura y tu debilidad.

En los primeros momentos, la contemplación le divirtió, como a cuantos miraban a la muchacha; pero eso duró poco, y no tardó en caer de nuevo en su mal humor. No tenía motivos para estar contento. Al contrario. Volvía del liceo, donde era profesor, cansado, con el estómago vacío; el tranvía estaba repleto, y no había posibilidad de sentarse y leer el periódico.

En fin, señor, la vegetación, esa incomparable arquitectura de Dios, se ha encargado de embellecer esa casa de oración, en la que el alma debe encontrar por todas partes motivos de agradecimiento y de admiración hacia el Creador.

Y sobre estos varios motivos improvisaron las dos amigas una alegre fantasía, hasta que Leopoldina volvió al palco de la Albornoz momentos antes de comenzar el acto segundo.

Díjeme, sin embargo, que la visita era a todas luces conveniente; y Tarlein la aprobó con gran entusiasmo, que no dejó de sorprenderme algo, hasta que descubrí que él también tenía sus motivos para querer visitar el palacio de Su Alteza, cuya dama de honor, la condesa Elga, era la dama de sus pensamientos.

La dificultad pues, no está en lo que ha podido ser, sino en lo que es: otra vez nos hallamos fuera del terreno de la filosofía, en el campo de los hechos, ó sea en el exámen de los motivos de credibilidad.

Al lado dijo, de todos los motivos de abstención ya enumerados, hay aquí una carta según la cual se debe atribuir el celibato de muchos al desarrollo del lujo.

»Yo no sabía qué hacer ni qué decir. Le felicité por sus caudales y por sus honrados pensamientos, y traté de que no pasara de allí el asunto, aparentando creer que aquello era todo lo que el banquero tenía que decirme... Ocurrióseme también la idea de abreviar el suplicio dándome por entendida de la instancia y plantando en seco al exponente; pero ¿podía ser yo tan descortés con un hombre que no me había dado motivos para ello? ¿Y no me exponía también a que él me diera una lección, hasta de prudencia, afirmando que yo me curaba en sana salud, porque jamás había soñado con temeridades como la supuesta por ?