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Si fuésemos á hacer la estadística de los ajusticiados, quemados y asesinados por motivos religiosos, de fijo que resultaría, á pesar de Torquemada y de todos los inquisidores, doble ó triple número que en nuestra cuenta en la cuenta de la sentimental y piadosísima raza anglo-sajona.

Pues yo he dado ya calabazas a dos. ¿Por qué motivos? Porque no eran millonarios. Quiero tener un marido rico. ¿Y ? Yo desearía que el mío fuese joven y tuviera talento. ¡Bah! Todo el mundo tiene talento. En cuanto a , me gustaría que fuese ministro... para que me llevara a palacio. ¿Y con eso te contentas? Ya lo creo. Cada día estrenaría un nuevo traje, a cual más precioso.

El Marqués es encerrado en la cárcel y condenado á muerte; pero apenas lo sabe Fernando, oculto hasta entonces, se presenta y confiesa que él es el matador; Don Diego acorre también para declarar que es el causante de la deshonra de Doña Ana; y por último, Don Pedro, conocedor ya de los motivos que impulsaron al Marqués á obrar como lo hizo, se empeña en entrar en la cárcel en lugar del inocente acusado.

Si aunque realice este órden, la criatura en su libertad no ama el mismo órden, y procede por motivos independientes de él, su voluntad, ejecutando materialmente el acto, no ama lo que Dios ama; y aquí la linea divisoria de la moralidad y de la inmoralidad.

No si el lector habrá comprendido bien todo cuanto llevo dicho, o si yo no habré sabido explicarme, para llegar a conocer el fondo del carácter de Luz; pero seguro estoy de que, por muy mal que me haya salido la tarea, se puede sacar de ella todo lo que se necesita para convenir conmigo en que la marquesa de Montálvez no tenía motivos para alarmarse al presentar en el mundo a su hija, hecha una mujer, por el lado de sus pensamientos y naturales inclinaciones.

Hay motivos para creer que ya por aquella época, la segunda etapa de su decadencia, principiaba Cándida a visitar en persona el Monte de Piedad y las casas de préstamos, bien para asuntos de su propia conveniencia, bien para prestar un delicado servicio a cualquier amiga de mucha confianza.

¿Y de dónde infiere V. que Clara está desesperada? ¿Quién se lo ha dicho á V.? ¿Qué motivos tiene ella para desesperarse? Nadie me lo ha dicho. Basta mirar á Clara para conocerlo. Usted misma lo conoce. No disimule V. que lo conoce. Si no temiese V. hasta por su vida corporal, ¿no hubiera ya dejado que entrase en el convento?

Se contaba que había entregado ya a la Amparo sumas enormes o las había puesto a su nombre en el Banco; que se enfurecía por livianos motivos y gritaba y gesticulaba como un demente, llegando sus arrebatos hasta maltratar de obra a los criados o dependientes; que comía vorazmente y sin medida, y que decía de su hija horrores inconcebibles, imposibles de repetir entre personas decentes.

Los días que pasé en Manila se deslizaron para rápidamente; todo lo encontraba nuevo y lleno de interés; era un chico, y no tenía motivos mas que para estar contento.

Santorcaz soltó de nuevo la risa al ver el acaloramiento de Fernández, cuyas patrióticas opiniones apoyó de nuevo su esposa, hablando así: Aquí somos de otra manera, Sr. de Santorcaz. Usted, viviendo por allá tanto tiempo, se ha hecho ya muy extranjero y no comprende cómo se toman aquí las cosas. Por lo mismo que he estado fuera tantos años, tengo motivos para saber lo que digo.