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Esta vez desapareció por completo la confianza que Juanito tenía en la infalibilidad de su principal y del señor Morte. La ruina era indudable. El mismo don Antonio le había dicho que si no sobrevenía pronto la baja saltaría él a fin de mes con todos los jugadores que atendían los consejos del famoso banquero.

¡Eh! ¿Qué era aquello...? Pero la extrañeza del joven duró muy poco, pues el señor Cuadros hablaba con la verbosidad de la desesperación. La cosa había ocurrido al anochecer. Primero la noticia circuló tímidamente por la Bolsa, pero poco después la sabía toda la ciudad. El célebre banquero don Ramón Morte había desaparecido, produciendo la consternación en centenares de familias.

Por la tarde, en la Bolsa circuló una noticia que hizo palidecer a todos los protegidos de don Ramón Morte. En vez de cumplirse los vaticinios de éste, el alza continuaba su carrera triunfal, ganando nuevos escalones y arrollando las mermadas fortunas de los que osaban ponerse enfrente de ella.

Como en este libro no solamente nos ocupamos en la exposición y crítica de la poesía dramática de los españoles, sino que nos importa también conocer los juicios coetáneos emitidos acerca de esta misma poesía, insertamos con este objeto un extracto del pequeño escrito titulado Ragguaglio al Parnasso, impreso por el italiano Fabio Franchi en el año de 1636, en las Essequie poetiche alla morte di Lope de Vega.

Aver la morte innanzi gli occhi per me. La dulce influencia de los climas meridionales aun se hacía sentir, porque el buque San Pablo se encontraba a la altura del estrecho de Gibraltar.

Cada día eran más respetados; se popularizaban, y ya no eran comerciantes y rentistas los que jugaban en la Bolsa; los pobres, los humildes, buscaban tomar parte en el negocio. Y para probarlo, no había más que fijarse en don Ramón Morte, un filántropo, que hacía el bien encaminando a la ganancia los pequeños capitales que yacían muertos y dedicando las ganancias propias a obras de beneficencia.

¡Bah! objetó Juanito con juvenil confianza . No es eso fácil; en la Bolsa sólo se arruinan los tontos, y mi principal tiene buen guía. Don Ramón... ¿sabe usted? don Ramón Morte, el hombre mimado de la fortuna, el gran filántropo. No seas tonto, muchacho. ¿Crees que tu tío es listo? Pues pregúntale qué piensa del tal don Ramón.

Juanito husmeó en el ambiente algo terrible e inesperado, y se olvidó de todo, atento únicamente a conocer el misterio. Fue a preguntar, pero el señor Cuadros le atajó poniéndose en pie y avanzando con los brazos abiertos, con expresión paternal y desesperada. ¡Ay, hijo mío! Estamos perdidos. Ese Morte es un pillo.

Nada de jugadas. Esto queda para mi principal y sus amigos, que tienen mucho corazón. Lo mejor es llevarle el dinero al señor Morte y rogarle que lo invierta en papel del. Estado. Es un tío muy largo. Adivina el papel que puede subir y el que va a bajar.

La falta de valor era lo que le retenía en su posición mediocre; en cuanto al éxito, no era posible dudar. El que ahora no se hacía rico, era porque no quería serlo. Bastaba un poco de dinero y la sabia dirección de Morte para despertar un día millonario.