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Moriste, y en tu lecho de agonía Perdió la patria un lauro divinal Con que adornar su hermosa cabellera En los benditos dias de la paz; Perdió el pueblo la luz que lo guiaría En medio de la negra tempestad, Y lo llevase al linde del camino Que el dedo del Señor marcando está.

De estos deseos locos, ansiosos, que eran como los tirones que daba la muerte para arrancarla más pronto de raíz, se alimentaba su fiebre galopante. «Moriste como una pobre mártir pensó la marquesa, rezando otra vez . Moriste reconciliada con Dios, recitando oraciones y besando la santa imagen de Nuestro Redentor». Oyose otra vez la voz del clave, con triste elocuencia de salmodia.

Hoy sobre el yerto polvo que te cubre Nadie su llanto viene á derramar, Porque proscripto por feroz tirano Moriste lejos del pais natal... Y al estrangero muerto en el destierro Nadie llega su ofrenda á tributar. Jamás escelso circundó tu frente El lauro hermoso que la patria , Y que en la sien augusta del poeta Semeja una aureola celestial.

Moriste dichoso, sin ver que sobre el pecho la sombra del ala extendida y las garras del buitre voraz. La suerte está echada. Borraste el padrón infamante, y en su híspida senda tu pueblo camina adelante. Tal vez llegue al fin, o tal vez lo sepulte el alud. Ya el árbol, nutrido con sangre y acerbos dolores, sonríe en sus frutos y espera en sus vírgenes flores.

Si tus ojos se han nublado Entre mil aclamaciones, Si tus cielos y canciones En el pueblo vivirán! Cantando de pago en pago, Y venciendo payadores, Entre todos los cantores Fuiste aclamado el mejor; Pero al fin caiste vencido En un duelo de armonías, Despues de payar dos dias; Y moriste de dolor.