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Dios Guarde a V. m. De París el dia q he dicho. De V. m. Ant. Perez. Gil de Mesa. En su mano. Bibl. Nac. de París, Esp., 336, fol. 23. Colección Morel Fatio, núm.

Tenía noticias de vuestra llegada y no he parado hasta dar con vos. Grande es el placer que me causa volver á ver al amigo querido y al modelo de caballeros, dijo Morel devolviendo el abrazo. Y por lo que veo, añadió riéndose el de Chandos, en esta campaña seremos tal para cual, porque á me falta un ojo y vos os habéis tapado uno de los vuestros. ¡Bienvenido, Sir Oliver! No os había visto.

Pues el padre de la dama de que os hablo era el jefe de esa valiente fuerza, y su prometido era escudero del famoso capitán. Llegó aquí la nueva de que ni un solo miembro de la Guardia había sobrevivido á una serie de cruentos combates y la pobre doncella.... ¡Acabad! gritó Roger. ¿Habláis de Doña Constanza de Morel? La misma.

Complacidísimo el señor de Morel con aquel encuentro, se pasó las horas muertas hablando de campañas, asedios, justas y aventuras y amanecía cuando se despidió del de Estela.

Se sentaba en el rincón más oscuro del salón de espera durante unos veinte minutos, permanecía quieto y silencioso y luego se retiraba tal como había venido, si por acaso no encontraba al mayordomo Luis Morel, persona que hacía el servicio especial del ministro.

Decid más bien la cara de mi señora Constanza de Morel, exclamó sorprendido Gualtero. Algo se le parece, á fe mía, dijo Roger un tanto confuso. ¿Con que un retrato? Tanto mejor y más difícil. Joven, soy Agustín Pisano, hijo del maestro Andrés Pisano y os repito que tenéis mano de artista.

¡Brava ocasión para chanzas! dijo el señor de Morel, con mirada tal que hizo temblar al escudero. Además, no se dirá que un servidor mío ha hecho burla de un noble en mi presencia sin el debido correctivo. Después de todo, continuó reprimiendo con trabajo una sonrisa, demasiado que ha sido esa una chanza de muchacho, sin intención aviesa.

Dos horas de marcha por la orilla del Aveyron los llevaron al campamento de la Guardia Blanca, formado por unas cincuenta tiendas, y entre los primeros en acudir á su encuentro figuraba un jinete ricamente vestido, que saludó al barón con entusiasmo. ¡Por fin! exclamó estrechándole las manos. Más de un mes hace que os esperamos ansiosos, señor de Morel. ¡Bienvenido seáis! ¿Recibísteis mi carta?

La animosa señora de Morel, tras largos meses de ansiedad y amargos sufrimientos, dudaba todavía de la muerte del barón; parecíale imposible que habiendo regresado de tantas y tan mortíferas campañas, hubiese sonado para él la hora suprema en aquella última expedición, lejos de su hogar, privado del amor de los suyos y de los solícitos cuidados de su amante esposa.

Atónito el de Morel ante tamaño desplante, averiguó que el señor de Butrón se sentía ofendido por no haber figurado su nombre entre los cinco elegidos y se proponía pedir cuenta de aquel desacato á Chandos y Fenton.