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Los que se dedicaban a su manejo parecían afligidos de una enfermedad moral: amarilleaban con la zozobra, temblando a cada paso, como si el aire se poblase de enemigos.

Dónde está el hombre, dónde está el sabio que sabe obrar, padecer, y morir sin flaqueza y sin ostentacion.... Mas ¿dónde Jesus habia tomado de los suyos esta moral elevada y pura, de que él solo ha dado las liciones y el exemplo?

Y a , acaso porque soy optimista, indulgente y benigno, más bien que deleitarme y más bien que conmoverme estéticamente, me aflige y me repugna la viva y exacta representación de la fealdad moral, cuando traspasa los límites de lo ridículo y llega a lo criminal y a lo odioso. Es cierto que en la novela del Sr. Lasso hay algunos personajes excelentes.

El temporal retrasó no poco el cumplimiento de aquel plan de higiene moral, impuesto suavemente por don Fermín a su querida amiga. Ana aborrecía el lodo y la humedad; le crispaba los nervios la frialdad de la calle húmeda y sucia, y apenas salía del sombrío caserón de los Ozores.

La lectura de los llamados milagros de la índole de los que antes he citado, hace que el imposible parezca posible, gracias a influencias misteriosas fáciles de conseguir, no por el trabajo, sino sencillamente por medios indignos, rebajantes y reprobados por la moral, como son la humillación, los halagos, la propiciación.

Nada más vulgar y común que el valor necesario para un duelo; pero esa expectativa de todos los instantes, esa sobreexcitación continua de los sentidos, olfateando, como la bestia, un peligro en cada sombra, un enemigo en cada hombre que avanza, requiere una firmeza moral inquebrantable.

Conociendo perfectamente su valer moral, admiraba en ella las virtudes que él no tenía y que según su criterio, tampoco le hacían mucha falta. Por esta última razón no incurría en la humildad de confesarse indigno de tal joya, pues su amor propio iba siempre por delante de todo, y teníase por merecedor de cuantos bienes disfrutaba o pudiera disfrutar en este bajo mundo.

Aquella ventana donde se asomaba segun nos refiere el mismo santo la venerable abadesa Isabel en el monasterio Tabanense para avisar la llegada de nuevos huéspedes ó peregrinos, podria ser quizás un ajimez con su esbelta columnilla de jaspe y sus dos arcos á la manera sarracena, puesto que consta por las muchas reminiscencias arábigas con que los religiosos prófugos de Córdoba matizaron y embellecieron la severa arquitectura de Asturias y Leon, que no repugnaban los ejemplares monges mozárabes, racionales en todo, las novedades que con ventaja para el arte y sin significacion alguna moral habian introducido sus dominadores.

Todo esto, y otro tanto más que de ello se sigue por ley forzosa, al fin y a la postre resultaba caro y producía hondos desgastes, si no del pellejo, cuando menos de la sensibilidad moral, aun tratándose de un mozo como yo, que en ningún cuadro aspiró a ser figura de primer término, ni a levantar media pulgada sobre la talla común de la masa de espectadores; y esto, no por virtud, sino por exigencias de mi temperamento.

Y como niega también la distinción entre lo bueno y lo malo, la moral que le parece una disciplina sub-humana y atrasadísima, y el deber que en la moral se funda, nadie acierta a comprender, y en este punto el Sr.