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Tu incredulidad nace de la idea equivocada que tienes de esa mujer. Te la has figurado como un monstruo de seducciones, como una de esas que, sin tener pizca de educación ni ningún atractivo moral, poseen un sin fin de artimañas para enloquecer a los hombres y esclavizarles volviéndoles estúpidos.

Pero al oír su lamento contra la soledad moral en que vivía, le señaló con expresión de protesta una ventana abierta del hotel, por donde se escapaban los sonidos del piano y el rumor de varias voces juveniles. «¿Y aquelloSánchez Morueta levantó los hombros con expresión de indiferencia. Lo que llaman mi palacio murmuró no es para más que una casa de huéspedes.

Parece que usted no perdona a ninguna, «desde la princesa altiva, a la que pesca en ruin barca». Pero aquí estoy para velar por la moral. Ya la moral huyó de Grecia, ya no se baila el rigodón. empezó a cantar el comandante, repitiendo un pasaje de cierta zarzuela bufa muy popular. Al mismo tiempo tiraba por las narices a la joven, quien se apartó con furia. ¡Déjeme usted, chinchoso, feo, patoso!

Que contra otro se emplea tambien en cierto modo la sátira, cuando la empleamos contra nosotros mismos; porqué si bien se observa, hay en nuestro interior dos hombres que disputan, que luchan, que no estan nunca en paz, y así como el hombre inteligente, moral, previsor, emplea contra el torpe, el inmoral, el ciego, la firmeza de la voluntad y el imperio de la razon, así tambien á veces lo combate y le humilla con los punzantes dardos de la sátira.

La fantasía de Paco, sus costumbres, la especial perversión de su sentido moral le hacían afeminado en el alma en el sentido de parecerse a tantas y tantas señoras y señoritas, sin malos humores, ociosas, de buen diente, criadas en el ocio y el regalo, en medio del vicio fácil y corriente.

No es, por cierto, el buen gusto, como querría cierto liviano dilettantismo moral, el único criterio para apreciar la legitimidad de las acciones humanas; pero menos debe considerársele, con el criterio de un estrecho ascetismo, una tentación del error y una sirte engañosa.

Hablaron aquellas señoritas como dos comadronas matriculadas. ¡Qué riqueza de datos! ¡Qué empirismo tan provisto de documentos! Doña Anuncia tenía la boca llena de agua. Buscaba a cada momento el recipiente de porcelana que estaba a los pies de su butaca. «En cuanto a la moral, tampoco era el caso grave, porque en Vetusta nadie debía de saber nada.

Podrán ser más corpulentos, podrán tener sentidos más variados y perspicaces, pero la ley moral y los primeros principios absolutos, raíz de todo saber, y el amor inextinguible de lo infinito que sólo en lo infinito se aquieta, en nadie podrán asistir con mayor energía y virtud creadora que en el hombre, hecho a imagen y semejanza de Dios. Todos aplaudieron el discurso de Morsamor.

Si mi belleza moral no está completa a la hora actual, puedes creer que es inútil que trabaje en ella. A esta edad no brotan ya esas cosas. Anda de ahí, chiquilla replicó la abuela; no eres seria. Vaya si lo soy respondí. La prueba es que ahora mismo me voy a prender un bonito lazo rosa en la belleza moral. Verás como eso la realza a los ojos de los mortales.

Este es el Paris moral que nosotros hemos visto, y apartándonos de tan triste cuadro, vamos á continuar nuestra visita á traves de sus principales monumentos y de su fisonomía material, animada y brillante en sumo grado.