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Mi vida terminó; soy un muerto que come y duerme para seguir jugando. ¡Y pensar que algunos parientes más viejos que yo están en el ejército!... A los cincuenta y cuatro años, la conciencia de su decaimiento moral y las continuas pérdidas habían agriado su carácter.

En todo drama había de haber una tendencia moral, único medio de purificar el alma, siguiéndole en importancia, y como ley inmutable, la rigorosa observancia de las tres unidades.

Diríase que la Naturaleza quiso hacer en aquella pareja sin ventura dos ejemplares contrapuestos de moral desvarío; pues si ella vivía de una aspiración insensata a las cosas altas, poniendo, como dice San Agustín, su nido en las estrellas, él se inclinaba por instinto a las cosas groseras y bajas.

Era el malestar moral, la protesta contra los caprichos de la Fortuna que acababa de pasar por allí, á la vista de todos, tocando á algunos y volviendo la espalda á los demás. El explotador de la mina había sido jornalero al lado de muchos que ahora eran sus peones; al dueño de la fábrica lo habían conocido los trabajadores casi tan pobre como ellos.

«¡Esta es la moral positiva! decía el Marquesito muy serio cuando alguien le oponía cualquier argumento . , señor, esta es la moral moderna, la científica; y eso que se llama el Positivismo no predica otra cosa; lo inmoral es lo que hace daño positivo a alguien. ¿Qué daño se le hace a un marido que no lo sabe?».

Es punto incontrovertible que para saldar sus cuentas con Refugio y quitarse de encima esta repugnante mosca, no tuvo que afanarse tanto como en ocasiones parecidas, descritas en este libro. Y es que tales ocasiones, lances, dramas mansos, o como quiera llamárseles, fueron los ensayos de aquella mudanza moral, y debieron de cogerla inexperta y como novicia.

¡Adiós, amigo, adiós! ¿y ya sabe, eh? cualquier cosa... , señor; pero no habrá necesidad de nada, ¡si llevamos provisiones para cien años! repuso Melchor con su jovialidad habitual. Y bajó la escalera, enviando todavía un ¡adiós! a todos, entre los que dejaba una vez más el alivio moral que su carácter generoso y bueno derramaba en los espíritus atribulados o enfermos.

Supongamos que la preocupacion desaparece, y que todos los hombres se convencen de que el órden moral es una vana ilusion y que es preciso desterrarla del entendimiento, de la voluntad y de las obras; ¿cuál será el resultado?

Tales máquinas de atrocidad fueron el expediente punitivo normal en un mundo en que los sacerdotes enseñaban la crueldad por el ejemplo. Ellos presidían o asistían cuando los herejes eran atormentados o quemados vivos; y toda su concepción de la moral estaba encaminada a tales métodos.

Prefería pasear por el tablado, haciendo eses, inclinando el cuerpo con ondulaciones de palmera, acercándose de vez en cuando a los bancos llenos de alegría para azotar una mejilla con suave palmada, o decir al oído de un angelito con faldas un secreto que excita la curiosidad de todas y origina siempre una broma de las que sabe preparar don Fermín de modo que acaben en lección moral o religiosa.