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Montó en él don Carlos después de examinar si su revólver salía fácilmente de la funda. Watson marchó á pie, apoyándose en una pierna de Rojas, y de este modo avanzaron los dos francamente hacia el rancho.

El anciano salió sin saber lo que se hacía, como un hombre borracho. Erró por las calles hasta la noche. Hacia las diez sintió hambre. Montó en un coche y se hizo conducir al club. Estaba tan cambiado, que el señor de Sanglié casi no lo reconoció. ¿Qué mala hierba ha pisado usted? le preguntó el barón . Tiene usted la cara trastornada y parece que va a caerse. Siéntese y hablaremos.

Se lo doy a Vd. como recuerdo de que me hizo prisionero. Pues le ofrezco mi alazán en cambio, respondió D. Pedro, como recuerdo de que también fui prisionero de Vd. 125 Montó en seguida en el hermoso caballo, saltó Aliatar sobre el alazán, hizo a Leal la última caricia, y exclamando, ¡Que Alá los guarde! se marchó a galope tendido.

El cochero quitó la manta á los caballos, les puso las riendas y enseguida montó en el pescante, un poco aturdido por la oscuridad y por el vino. Empezaba á quedarse dormido, cuando se abrió la puertecilla y una señora muy tapada y que hablaba con alguien que se quedaba en el jardín, abrió vivamente la portezuela del coche y montó.

Juzgándose bien vengado por aquel baño afrentoso, se volvió riendo hacia el sitio donde había dejado el caballo. Las muchachas ya no estaban allí. Desde que se vieron libres habían corrido desaladas hacia la población. Montó en su jaco y á trote corto caminó la vuelta de ella.

Cuando llegó a casa corrió a encerrarse en su habitación y dió salida al furor que la embargaba. Lloró, pateó, desgarró sus vestidos, rompió una porción de cachivaches. Osorio también montó en cólera y dijo que iba a hacer y acontecer.

Pero el viejo siguió despreciando su protección y riéndose con tristeza del rótulo. ¿Qué más podían saquear?... Ya se habían llevado lo mejor. Adiós, tío. Pronto nos veremos en París. El capitán montó en su automóvil, luego de estrechar una mano fría y blanda que parecía repelerle con su inercia. Al volver hacia su casa vió á la sombra de un grupo de árboles una mesa y sillas.

El mancebo no se atrevió a hacer lo mismo: siguió su camino, no sin dirigirla vivas y codiciosas ojeadas, a las que la gentil señora no se dignó corresponder. Llegó al fin el coche, montó en él dejando ver, al hacerlo, un primoroso pie calzado con botina de tafilete, y fué a sentarse en el rincón del fondo.

Don Marcelo tuvo el presentimiento de que su vida dependía de este examen. Una mala idea que cruzase por su cerebro, un capricho cruel de su imaginación, y estaba perdido. Movió los hombros el general y dijo unas palabras con gesto desdeñoso. Luego montó en un automóvil con dos de sus ayudantes, y el grupo se deshizo.