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Dividen en dos épocas el arte peruano anterior á los incas, pero, adoptando la genealogía de éstos, dada por Garcilaso, repudian la mas lógica, la de Montesinos, y encierran en un cuadro estrecho, lo que es resultado de la evolucion social de varias razas durante decenas de siglos.

Al cabo dijo, sin apartar el pañuelo de los ojos: Soy la esposa de D. Álvaro Montesinos. El excusador dio un paso atrás involuntariamente. ¿Cómo? ¿aquella dama era la mujerzuela despreciable que había hecho la desgracia de D. Álvaro, de quien su madrina D.ª Eloisa hablaba siempre con horror? Por ésta conocía la triste historia del aquel matrimonio.

Entró sin descomponerse, con un desdén y una gravedad calculados para henchir de respeto el corazón de las castas inferiores. Deslizándose como un mono por los parajes oscuros, buscando la proximidad de las mujeres obesas, y cuando no, la de las que estaban en regulares carnes, andaba nuestro amigo Osuna, el administrador de la casa Montesinos.

A usted no puede menos de alegrarle que la noble casa de Montesinos no se extinga, que haya quien lleve honrosamente este apellido... Luego ha de parecer bien aquella casa tan grande con unos cuantos chicos que la alegren con sus risas y sus gritos. La obra del padre Gil es de las más meritorias que ha llevado a cabo, y eso que las ha hecho muy buenas.

-Bien puede ser todo eso -dijo Sancho Panza-; y agora quiero creer lo que mi amo cuenta de lo que vio en la cueva de Montesinos, donde dice que vio a la señora Dulcinea del Toboso en el mesmo traje y hábito que yo dije que la había visto cuando la encanté por solo mi gusto; y todo debió de ser al revés, como vuesa merced, señora mía, dice, porque de mi ruin ingenio no se puede ni debe presumir que fabricase en un instante tan agudo embuste, ni creo yo que mi amo es tan loco que con tan flaca y magra persuasión como la mía creyese una cosa tan fuera de todo término.

No obstante, refiere Montesinos en sus Anales del Perú que en 1525 se propuso Pizarro aprender a leer, que su empeño fué estéril, y que contentóse sólo en aprender a firmar. Reíase de esto Almagro, y agregaba que firmar sin saber leer era lo mismo que recibir una herida sin poder darla. Tratándose de Almagro el Viejo es punto históricamente comprobado que no supo leer.

En aquel sombrío palacio habitaba un hombre misterioso de quien se contaban vagamente mil extrañas historias, a quien se atribuían además ideas y frases escandalosas contra la religión y sus ministros. El joven clérigo apenas le conocía. D. Álvaro Montesinos había pasado casi toda su vida en Madrid. Hacía dos o tres años solamente que había venido a establecerse a Peñascosa.

¿Pero será cierto que se gustan? preguntó la joven artesana, oyendo a su compañera expresarse tan claramente. ¡Chica, yo no ! Lo que te puedo decir es que D. Narciso no sale de su casa, y que muchos días desde la ventana de mi cuarto los veo correr uno tras de otro por el jardín de Montesinos jugando al escondite... Tanto, que se lo he dicho. ¡Se lo has dicho! exclamó la otra, estupefacta.

La tercera, entender la antigüedad de los naipes, que, por lo menos, ya se usaban en tiempo del emperador Carlomagno, según puede colegirse de las palabras que vuesa merced dice que dijo Durandarte, cuando, al cabo de aquel grande espacio que estuvo hablando con él Montesinos, él despertó diciendo: ''Paciencia y barajar''; y esta razón y modo de hablar no la pudo aprender encantado, sino cuando no lo estaba, en Francia y en tiempo del referido emperador Carlomagno.

Capítulo XXII. Donde se da cuenta de la grande aventura de la cueva de Montesinos, que está en el corazón de la Mancha, a quien dio felice cima el valeroso don Quijote de la Mancha