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Es muy inteligente. Parece un hombre. No le falta más que hablar... Con el tiempo ha de aprenderlo todo. Dejará lejos a Pichón, el elefante de Niní de Montecristo. ¿Y sabes cuánto le pagan a Niní en el Olimpia?... ¡Mil francos por noche!

La joven se ruborizó ligeramente y replicó con viveza: He leído en El Conde de Montecristo que el tabaco turco era un perfume y yo que aquí, a la vista de las riberas de Turquía, no se fuma de otro. No se trata de esos nauseabundos cigarros que usaba usted y cuya sola vista me hace daño.

Qué causas ni qué.... Baje usted la cabeza.... Así.... Aunque estamos solos no quiero gritar mucho.... Agarrado don Eugenio al montecristo de su compañero, le explicó desde cerca algo que las alas del nordeste se llevaron aprisa, con estridente y burlón silbido. ¡Caramelos! rugió el arcipreste, sin que se le ocurriese una sola palabra más.

Hazme el favor de no volverme loco, ¿eh?, que para eso bastante tengo con el viento maldito. ¡No quiero oír, no quiero oír más! declaró esto en ocasión que su montecristo se alzaba rápidamente a impulsos de una ráfaga mayor, y se volvía todo hacia arriba, dejando al arcipreste como suelen pintar a Venus en la concha.

Hablo del Montecristo: hablo de ese libro terrible, que hace de este mundo un sopor, una cueva encantada, un brevaje oriental, una bellísima diablura. Ciertas gentes se han empeñado en hacer ver que la diablura puede ser bella, que las brujas pueden ser artistas.

Después se apasionó, como toda la juventud de su época, por María o la hija de un jornalero; y a pesar de que don Eugenio le enviaba a misa lodos los domingos y a comulgar por trimestre, hízose un tanto irreligioso, y en su interior comenzó a mirar con desprecio a los curas pacíficos y bromistas que visitaban por la noche el establecimiento para jugar a la brisca con el principal; y cuando cayó en sus manos El conde de Montecristo, paseábase por la trastienda, mirando los fardos apilados con la misma expresión que si en vez de paños, percales e indianas contuviesen un enorme tesoro, toneladas de oro en barras, celemines de brillantes, lo suficiente, en fin, para comprar el mundo.

En las cosas de Salamanca, hay lo que antes se llama galanura, hidalguía, gentileza. Es como si dijeramos el fabuloso Montecristo de nuestra edad. , tiene el sentimiento de la vida; pero no lo tiene en relacion con Dios y con el hombre, sino en relacion con sus deleites.

Y tomando el canalón, que andaba por el suelo, y ocultando el sable debajo de los manteos, salió por la puerta. El barón cogió la boina, se puso un grueso montecristo de abrigo y le siguió. ¡Alto! exclamó antes de que hubiera dado cuatro pasos. ¿No te parece que echemos la espuela? Fray Diego dejó escapar un gruñido afirmativo.

Pues por esta vez contestaba el arcipreste, manoteando y bufando para desenredarse de la esclavina del montecristo, que el viento le envolvía alrededor de la cara , por esta vez, les hemos de hacer tragar saliva. Al menos el distrito de Cebre enviará al congreso una persona decente, hijo del país, jefe de una casa respetable y antigua, que nos conoce mejor que esos pillastres venidos de fuera.

Las mujeres y los niños llegan a ser los tejedores más hábiles, no obstante que algunas veces se encuentran hombres que tienen suficiente habilidad en los dedos para obtener éxito en el arte de fabricarlos. Las provincias de Manabí y Guayas, en el Ecuador, exportan los sombreros más finos, y de allí proceden los famosos jipijapas o modelos de Montecristo y Santa Elena.