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Mi padre... Estaba aquí hace un instante... En cuanto te vió bajar sano del coche, ha montado en la berlina que estaba enganchada ahí abajo, y se ha ido a Sarrió. Gonzalo adivinó lo que iba a hacer y se puso más sombrío. Los dos cuñados se dirigieron silenciosos a la casa, y fueron derechos al cuarto de Gonzalo.
Yo estoy en toas partes. Después habló de las ocasiones en que había visto al espada camino del cortijo, unas veces acompañado, otras solo, pasando junto a él en la carretera sin reparar en su persona, como si fuese un misero gañán montado en su jaca para llevar un aviso a cualquier choza cercana. Cuando usté vino de Seviya a comprá los dos molinos que tié abajo, le encontré en er camino.
Y allí prosiguieron los cánticos, los brindis y los discursos filosófico-sociales de Antero. Mas he aquí que cuando más vivo era su entusiasmo y mayor el ruido, ven aparecer de lejos la figura estrafalaria del señor de las Matas de Arbín. Venía D. César montado en un jamelgo escuálido.
Lo hice contra mi gusto, porque tenía un capricho por una yegua de Jortin, animal de la sangre más rara que jamás hayáis montado. Pero ahora conservaré a Relámpago, aunque el otro día me ofreció por él ciento cincuenta libras un hombre allá, en Flitt; ese que compra para lord Cromleck, ese individuo que bizquea y usa un chaleco verde.
Soy el cenobita de estas soledades; me hacen compañía las aves, el sol, la brisa campestre llena de bondades y el recuerdo de una difunta ilusión. Al caer la tarde, por este camino a quien fresca sombra los árboles dan, pasa con sus dichas el buen campesino montado en el lomo de su carabao .
Tellagorri hacía que su nieto entrara en el río cuando llevaban a bañar los caballos de la diligencia, montado en uno de ellos. ¡Más adentro! ¡Más cerca de la presa, Martín! le decía. Y Martín, riendo, llevaba los caballos hasta la misma presa. Algunas noches, Tellagorri, le llevó a Zalacaín al cementerio. Espérame aquí un momento le dijo. Bueno.
Le molestaba, como si fuese algo inoportuno, el gesto triste y silencioso de los que le rodeaban, y sonrió para animarlos. Intentó hablar, pero el primer intento de palabra le produjo una gran fatiga. El payés le atajó con un gesto. «¡Quieto, don Jaime: debía permanecer inmóvil!» El médico iba a llegar. Su hijo había montado en la mejor caballería de la casa, para traerlo de San José.
Un buen golpe de gente ridícula, sin imaginación bastante para comprender ni gustar las dulzuras del tresillo, se había ido, con el Jubilado a la cabeza, a recorrer la posesión y visitar después el molino de nuevo sistema que el conde había montado hacía poco tiempo.
Los pantalones, mermados por el crecimiento de las rodilleras, se le subían tanto que parecía haber montado a caballo sin trabillas. Sus botas, por ser domingo, estaban aquel día embetunadas y eran tan chillonas que se oían desde una legua. «¿Y cómo está la familia?» preguntó al tomar asiento, después de dar su mano siempre sudorosa a doña Lupe y al sobrino.
Y cuando el cerril retoño estaba más encantado en la contemplación de una maravilla nunca vista en el lugar, el autor de sus días se escurría entre el gentío, y al volver el muchacho en sí, ya el padre salía montado en el macho por la Puerta de Serranos, con la conciencia satisfecha de haber puesto al chico en el camino de la fortuna.
Palabra del Dia