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Todo esto son fantasías contradictorias, avideces en conflicto, que pretenden todas, no obstante, determinar la marcha del arroyo. ¿Qué sería de un pobre árbol, á cuántas enfermedades monstruosas no se vería condenado, si, lozano y lleno de vida, fuera repartido entre varios propietarios, si numerosos dueños pudieran ejercer el derecho de uso y abuso, uno sobre sus raíces, otro sobre su tronco, sus ramas, sus hojas y sus flores?

En cambio han nacido y prosperado, para interpretarla, teorías monstruosas. Se cree que los griegos adoraban "sobre todo" la materialidad y la forma. Pero éstas eran, evidentemente, simple medio para comunicarse con lo sobrenatural, belleza plástica intermediaria para ascender al arquetipo místico.

Yo, en el estado de pesadez que me encontraba entre los vapores del alcohol y el humo del tabaco, perseguía estas melodías atropelladas, monstruosas, que salían de la filarmónica y que iban cambiando a cada instante. A veces decía: Bueno, señores, me voy y me levantaba para marcharme. No, no decían todos. No te vayas, Shanti gritaba un viejo. Tengo que marcharme.

Calles tortuosas, estrechísimas y en laberinto inescrutable, sucias y con detestable pavimento; casas de una irregularidad absoluta, monstruosas, negras, desmanteladas muchas, semejando verdaderos palomares, agrupadas á la ventura y como encaramadas unas sobre otras.

Estas encallaban en los bajíos; aquéllas, por querer escapar velozmente, quebraban sus entenas; otras se entregaban sin combatir. El, para bien de su honra, se hallaba en el fuerte. ¡Contaba entonces los horrores del asedio, las enfermedades desconocidas, las heridas monstruosas, el hambre, la sed!

La virtud no está todavía desterrada de la tierra; yo conozco muchas personas que sin atroz calumnia no pueden ser contadas entre los criminales. Hay injusticias, es cierto; pero la injusticia no es la regla de la sociedad; y si bien se observa, los grandes crímenes son excepciones monstruosas.

Allí la calle se convierte en plaza, la acera en calle; la multitud en torrente que se precipita con cierto relativo silencio por entre dos paredes de cristal, formadas por los escaparates inmensos de las tiendas atestadas de cuanto puede dar de la industria humana para transformar lo superfluo en necesario, lo elegante en fastuoso, lo precioso en maravilla, la vida en fiebre de vanidades locas y concupiscencias monstruosas.