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Currita, mondando siempre su albaricoque, aprovechó un momento en que los criados se alejaban para decir a media voz con su acento más suave: Pero, Fernandito, vida mía, si tienes el don de la importunidad; si pareces un reloj descompuesto... ¿A quién se le ocurre hablar de esas cosas delante de los criados?... Sabe Dios lo que pensarán del pobre Jacobo...

Recorrió a oscuras la sala, el comedor y el pasillo, llamándola suavemente; pero no pudo hallarla. Echó una mirada a la cocina y no vio en ella más que a la taciturna criada mondando patatas.

Hacia Artegui de maestresala y copero, nombraba los platos, escanciaba y trinchaba, previniendo los caprichos pueriles de Lucía, descascarando las almendras, mondando las manzanas y sumergiendo en el bol de cristal tallado lleno de agua, las rubias uvas.

Cuando entré en la casa de vecindad, al primero a quien pregunté me indicó la puerta del aposento del exclaustrado. Al asomar a ella, di un paso atrás. Le había sorprendido... mondando patatas. Pero ya era tarde.

Campistrón les acompañó hasta el descansillo de la escalera con mil muestras de obsequiosa política, mientras que el discípulo cuya lección había sido interrumpida por la visita se desgañitaba haciendo escalas. Bajaron la mal oliente y húmeda escalera y vieron de nuevo á la portera, que ahora estaba mondando cebollas y que los siguió con una mirada desdeñosa hasta la puerta de la calle. ¡Y bien!

El árabe le obliga a soltar el albornoz y rechaza al judío... No sabe nada, no ha presenciado nada: cabalmente en aquel momento miraba a otro lado. , , Kaddur, lo has visto... has visto al cristiano cuando me pegó grita el infeliz Iscariote a un negrazo que está mondando un higo chumbo.

Ventanas y puertas se abrían de par en par, como diciendo que donde no hay, no importa que entren ladrones; y en el marco de los agujeros por donde respiraban trabajosamente los ahogados edificios, se asomaba ya una mujer peinándose las guedejas, y de la cual sólo distinguía el transeúnte la rápida aparición del brazo blanco y la oscura aureola del cabello suelto; ya otra, remendando una saya vieja; ya lactando a un niño, cuyas carnes rollizas doraba el sol; ya mondando patatas y echándolas, una a una, en grosera cazuela.... Esta vecina atravesaba con la sella de relucientes aros camino de la fuente; aquella se acomodaba a sacudir un refajo o a desocupar, mirando hacia todos lados con recelo, una jofaina; la de más acá salía con ímpetu a administrar una mano de azotes al chico que se tendía en el polvo; la de más allá volvía con una pescada, cogida por las agallas, que se balanceaba y le flagelaba el vestido.