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Por mi parte, me dejé caer, medio alelado, en amplio sillón, y José procedió a rasurarme sin pérdida de momento; no tardó en desaparecer mi pobre barba, quedando mi cara tan monda como la del Rey. Al mirarme Tarlein, no pudo menos de exclamar, asombrado: ¡Por Dios vivo! ¡Ahora que realizaremos nuestro plan. Eran las seis y no teníamos tiempo que perder.

Era el comedor, que ya estaba alumbrado. Sentada a la mesa, armando unos pastorcitos de barro, restos de su pasada riqueza, estaba Josefina. La pantalla de la lámpara proyectaba viva luz sobre su cabecita monda y dorada como una naranja.

Y así, hecha abstracción de la sabiduría que la novela encierre, quedará monda y lironda la obra de arte, la cual luego que pase la moda del día y sea otro el gusto del público, es casi seguro que aburrirá al género humano y caerá en olvido o en menosprecio. ¿Cómo he de negar yo que la humanidad ha adelantado mucho?

La blusa de cutí azul dibujaba sus recias espaldas, descubriendo cuello y manos morenas; ancho sombrerón de detestable fieltro gris honraba su cabeza, monda y lironda ya por obra y gracia del barbero. Una hermosa tarde estival aguardaba a Amparo muy ufano, porque en los bolsillos de la blusa le traía melocotones, adquiridos en la plaza con sus ahorros.

Porque todo en la hora canicular concuerde, Ni un hálito de brisa cruza la extensa y verde Paz del campo, ni un ave en el azúl se pierde. Un mango aislado eleva su centenaria fronda Junto a un punsó enano de giba aguda y monda, Que las hormigas alzan para que en él se esconda El nunu vigilante que por las mieses ronda.

Don Pedro Miranda, de quien ya hemos hecho mención, era un hombre que pasaba bien de los sesenta, bajo de estatura y de color, las mejillas rasuradas, la cabeza monda y lironda, los ojos grandes y apagados, los ademanes tímidos.

No, para mondar la manzana.... Eso ya es inverosímil. Lo mismo opinan Beltrand y la orquesta. ¡Cielos! monda la manzana; ¡es la marquesa de Pompadour!... ¡de Pompadour!... Ana soltó el trapo. Rió de todo corazón el disparate del académico y la gracia de su marido. «La verdad era que Quintanar parecía otro». Petra sirvió el . ¿Ha vuelto Anselmo de Vetusta? preguntó el amo.

Si su masa líquida es suficiente, el arroyo sustituye con su fuerza la de los brazos humanos para realizar todo lo que en otros tiempos hacían los esclavos ó las mujeres siervas de su brutal marido: monda el trigo, muele los minerales, tritura la cal convirtiéndola en mortero, prepara el cáñamo y teje telas.

Rodeado por un grupo de máscaras estaba el simpático don Feliciano Gómez. Su gran pirámide de cabeza monda y reluciente, descollaba soberbia por encima. Eran mujeres las que formaban círculo en torno suyo, armando algarabía insufrible. Las bromas que le prodigaban tocaban a menudo en la injuria.

Este, sin comprender nada todavía, diole por primera providencia un gran sopapo en la cabeza, y el gorro inflamado rodó por el suelo, dejando al descubierto una calavera monda y lironda, blanca y reluciente como un melón invernizo.