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El boticario, desconcertado con la audacia de aquel mequetrefe, contestó lleno de confusión: Nada, nada; le preguntaba a V. si aún faltaban muchas vistas... porque deseo retirarme temprano esta noche. Si no te molesta mucho, Facundo dijo don Bernardo, desearía que te quedases un ratito aún con nosotros. Tengo una sorpresa que darte... Molestarme... de ningún modo... aguardaré lo que quieras...

Volviéndose hacia el espejo para ponerse la corbata, prosiguió diciendo: «Es que parece que hacen las cosas a propósito para molestarme, para que rabie... Y no eres sola... mi tía también. Se han propuesto sin duda hacerme perder la salud».

Aparte de estas locuras, un buen muchacho que sabía su oficio: pero buena penitencia lleva, pues en Jerez nadie le ha dado trabajo por no molestarme, viéndolo expulsado de mi casa, y ahora tal vez vaya por el mundo royéndose los codos de hambre. Ese acabará por echar bombas, que es el final de todos los que niegan a Dios. Don Pablo y su empleado iban lentamente hacia el escritorio.

Como de costumbre, dejó que se repitiera muchas veces sin prestar atención; hasta que al fin abandonó, refunfuñando, su asiento. ¡Señora odiosa!... De seguro que no es nada que valga la pena... Alguna intriga de ésos para molestarme porque estoy con usted.

Muy bien, Pedro... mucho te lo agradezco... y Beatriz también, supongo... aunque te diré con franqueza que los hombres tienen la mano demasiado pesada para estos delicados menesteres... no hay como Beatriz para arreglarme los cojines sin molestarme... ¿No es verdad, señor Fabrice?... Además, hijo mío, no quiero monopolizarte... eres aquí un poco dueño de casa... y te debes a mis huéspedes, que son también los tuyos... Anda, pues, con ellos... anda... ¡dame gusto!... anda.

De eso ya me he enterado, sin molestarme en ir a la Alameda contestó el primo echando a Rita una miradaza que ella resistió con intrepidez notoria, y pagó sin esquivez alguna. Y en efecto, le fueron enseñadas al marqués de Ulloa multitud de cosas que no le importaban mayormente.

Este procedimiento prudentísimo no le valió, sin embargo. Ya una vez, como repitiese con harta frecuencia lo de asomar la nariz á la puerta de la alcoba, Doña Blanca había dicho: ¿Qué haces ahí? ¿Vienes á molestarme? Pareces un buho que me espanta con sus ojos. Déjame en paz, por Dios.

El señor Aubry se recostó en una poltrona; luego, al cabo de algunos minutos, exclamó, desperezándose: Hijas mías, estoy muy fatigado; he tenido hoy un trabajo considerable; he hecho a la vez de patrón y de obrero. Este diablo de Juan, demorándose en venir, me recarga la tarea. Es que él solo se ocupa de todos los asuntos, y su ausencia prolongada empieza a molestarme.

Mi mujer es sagrada. Mi mujer no tiene mancilla. Yo no la merezco a ella, y por lo mismo la respeto y la admiro más. Mi mujer, entiéndelo bien, está muy por encima de todas las calumnias. Tengo en ella una fe absoluta, ciega, y ni la más ligera duda puede molestarme.

Yo lo hago, sin dejar de rendir mi obligado tributo a los dolores morales; pero cuando uno de éstos me manifiesta intenciones de molestarme demasiado, metiéndoseme muy adentro o quedándose en más tiempo del tolerable, ¡me le planto delante, le suelto una carcajada y le señalo la puerta: a embromar a otro!