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Mira, cuando pienso en lo que ha venido a parar nuestro orgullo, todos los nervios me vibran, y pacífico como soy, no , siento ansias de atropellarlo todo o de romperme la cabeza contra esa pared. ¡Señor! yo he trabajado honradamente toda mi vida; no he distraído jamás un centavo de mi humilde paga, ¡ puedes decirlo, Casilda! todo para la casa, todo para el niño de la casa: que se eduque bien, que se vista bien, que viva, que goce... mañana, hombre de provecho, me resarcirá de mis desvelos, y esa fortuna que su padre ha perdido, por desgracia y por inepcia, lo confieso, él sabrá reconquistarla por medio de la labor honesta... en lugar de esto, ¿qué sucede, Casilda? que no contento con el sacrificio que le hemos hecho, de dedicar nuestra vida al cuidado de la suya, de ahogar nuestros deseos más humildes para dar expansión a los suyos, y de haber comprometido nuestra posición modestísima, quiere ahora tomar nuestra dignidad, lo único que nos queda, lo único que nos ha dejado... ¡No, esto no será, porque yo no quiero que sea! ¿debe? que pague; ¿no puede pagar? ¡que reviente!

Marqués de Miravel, quien procedió inmediatamente á repararlas. Así lo indica la siguiente modestísima inscripción, que se lee en el testero posterior del coro: Estando estas bóvedas en ruinas, se construyeron por José Campal, año de 1860.

Cuando estuvo la imprenta, modestísima por cierto, en disposición de funcionar, celebraron el indispensable banquete. En él se convino en denominar al nuevo órgano El Joven Sarriense. A los postres se brindó con entusiasmo por su prosperidad y por la destrucción de sus viles enemigos.

Habíase despojado de su elegante traje de calle, y puéstose en su lugar una falda de lana negra modestísima y una mantilla muy usada, cuyo sencillo velo le ocultaba parte del rostro; traía en la mano una bujía encendida, puesta en una palmatoria de plata, y en la otra una llave de gran tamaño. Cogió la carta y echó a andar: en aquel momento un reloj lejano daba las once y media.

Una posición modesta, modestísima, rayana en la pobreza, es cuanto deseo para que mis pobres tías pasen tranquilas los últimos años de su vida, y ¡nada más! Nada me seduce en el mundo como no seas , , Linilla, alma de mi alma, en quien cifro ilusiones y esperanzas, en quien he puesto todo mi cariño.

Alojaba en una modestísima posada de la Corredera baja de San Pablo, pagando nueve reales al día. El pobre Brutandor, apesar de sus apellidos ilustres y sonoros, estaba muy lejos de nadar en la opulencia. Su padre, según pudo averiguar más adelante Miguel, era un cirujano de un pueblecillo de Extremadura; la carrera se la costeaba un tío cura.