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Hasta cuando decía a su sirviente gallego: «¡Animal, esta mañana no me has lustrado los botines!», parecía decir más bien: «¡Oidme, emperatriz! La muerte y no el deshonor. Aunque herido en mis dos alas, águila seré siempre, nunca gusano...» Era pues del Laurel un verdadero poeta decadente y modernista, ¡pero muy poeta, muy decadente, muy modernista!

Juan del Laurel, estudiante de derecho nominalmente y por accidente, era de profesión «un joven de talento». Bastaba mirarlo para comprenderlo así, pues llevaba los signos de su profesión en su indumentaria y sus modales... El joven de talento era por entonces ¡más altas acciones lo esperaban! poeta decadente y modernista.

No tiene esto último nada de extraño si se considera que sólo en un cuento modernista puede llamarse «Cristela» una princesa, y que las princesas de los cuentos modernistas generalmente están tristes. Lo que era extraño es que Cristela ignoraba la causa de su tristeza... Mas nunca falta quien nos endilgue las cosas desagradables que nos atañen.

De modo que los jóvenes tienen más espíritu de justicia que los viejos, y además se dan el placer ¡el más intenso de todos los placeres! de gozar de una sensación estética todavía no desflorada por las muchedumbres. Vicente Espinel era un modernista, hizo lo que hoy están haciendo los poetas jóvenes: innovó en la métrica.