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Abriéndose paso a través de las yerbas y de las plantas trepadoras, y avanzando con gran precaución y deteniéndose a cada paso a escuchar, para no caer en una emboscada, los náufragos se acercaron a la ribera arrojando una detenida mirada al río. No vieron a nadie: ni a los piratas, ni a sus misteriosos enemigos, pero vieron claramente las huellas de un encarnizado combate.

A los ocho años se quiso envenenar, en un arrebato de tristeza, con unas yerbas que le parecían de cicuta; pero las yerbas sólo le sirvieron de purgante. Lo encerraron en su cuarto y lo hicieron ir a la iglesia en penitencia, con su gorro de dormir. Cuando vio el mar por primera vez, tuvo deseos misteriosos, y conoció que era poeta.

El amor fué su maestro de escuela, y le enseñó á trazar unos garrapatos anárquicos y misteriosos, que por revelación de amor leía, entendía y descifraba el cadete. De esta suerte, entre temporadas de pelar la pava en Villabermeja, y otras más largas temporadas de estar ausentes, comunicándose por cartas, se pasaron cerca de doce años. El cadete llegó á teniente.

Para estos prodigios no ha menester salir de propio, le basta ir destruyendo todo lo empírico, remontarse hasta el acto puro, por senderos misteriosos á todos desconocidos menos á él.

Eran las doce, y cercanos a las tapias de un jardín dilatado se miraban dos hombres silenciosamente inmóviles y los rostros cubiertos con misteriosos embozos.

El maestro ruso, que era para Toledo un hombre antipático é inquietante, abandonó de pronto el palacio Lubimoff. Tal vez sentía celos de la influencia creciente del coronel; tal vez asuntos misteriosos lo atraían lejos de París. La princesa no experimentó ninguna pena con esta desaparición del sabio.

Ella ignora que siempre lo ignores, hija mia, las miserias del mundo con que el alma se enfria: placeres, vanidades, vergonzoso dolor, pasiones, locos sueños de mentida ventura, recuerdos misteriosos de tédio y de amargura que hacen subir al rostro la llama del rubor.

Así la tenía más cerca de Bilbao. Allí se había convencido de que no le engañaban los misteriosos avisos.

La esposa de Cuadros, que respondía a sus amigas con sonrisas de conejo y parecía muy preocupada por pensamientos tristes y misteriosos, abalanzóse a doña Manuela, saludándola con apretado abrazo y sonoros besos. Parecía una desesperada que encuentra al fin el medio de salvación. Tenemos que hablar, doña Manuela le dijo al oído . No, ahora no; después se lo contaré todo. ¡Ay, si usted supiera...!

Quedaba aún otro muchacho, Julio, de veinte años, también enclenque, de cara macilenta y desapacible expresión; huraño y triste, andaba siempre solo por los rincones de la casa o de la huerta, en misteriosos soliloquios que a veces tomaban la forma de quejidos lamentables.... Había comprendido Carmen cuál era su destino y creía que siguiéndole cumplía la voluntad de su protector.