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La señora de Aymaret oyó a pesar suyo algunas de las palabras que en tenue voz cambiaban los interlocutores, y aun cuando en tal tono dichas, nada tenían, en verdad, ni de misteriosas ni de confidenciales... y, sin embargo, cuando se vieron en presencia de la vizcondesa sus rostros revelaron confusión.

Al mover sus manos, brillaban con mágico resplandor piedras de todos colores engastadas en las sortijas de extrañas formas que llenaban sus dedos. En los frescos antebrazos tintineaban pulseras de oro, unas de filigrana oriental, con misteriosas inscripciones, otras macizas, de las que pendían amuletos y figurillas exóticas, como recuerdos de lejanos viajes.

Y se quedó mirando de hito en hito a Isabel Mazacán, cuyas misteriosas ganas de acompañar a la reina destronada en aquella expedición eran de todos conocidas. Esta, que hacía largo tiempo que sentía furiosos hormigueos en la lengua, se aprestó a soltar alguna de sus crudezas.

La prensa libre en Filipinas, porque las quejas de allá raras veces llegan á la Península, rarísimas veces, y si llegan, tan encubiertas, tan misteriosas, que no hay periódico que se atreva á reproducirlas; y si se reproducen, se reproducen tarde y mal.

Arturito estaba presente a estas conversaciones, que nada tenían de misteriosas, pero no entendía palabra y no tomaba parte en ellas.

Para perderme se unieron mil circunstancias misteriosas. Tenía una deuda con el destino y la estoy pagando. ¿Y si yo hubiera descubierto la trama misteriosa y criminal de esas circunstancias misteriosas? ¿Sabrías lo que yo me maté inútilmente por saber? Lo . ¿Cómo lo has descubierto? Por casualidad. ¿Conoces al culpable? Todavía no, pero que no pudiste ser .

La curiosidad de Matildita estaba fuertemente excitada al verme salir temprano de casa y no volver hasta la noche, pues la mayor parte de los días almorzaba de prisa y corriendo en un café. En la tertulia de Anguita ya empezaban a correr bromas sobre mis desapariciones misteriosas. Excusado es decir que la que más preocupada andaba con ellas era Joaquinita.

Y esto explica, por cierto, sus misteriosas ausencias observé yo, recordando que sus movimientos habían sido con frecuencia muy errantes, de modo que hasta Mabel había ignorado su dirección.

No se cansaba de admirarla, de devorarla con los ojos, de considerar sus pupilas líquidas y misteriosas, como anegadas en leche, en cuyo fondo parecía reposar la serenidad misma. Una penosa idea le acudía de vez en cuando. Acordábase de que había soñado con instituir en aquella casa el matrimonio cristiano cortado por el patrón de la Sacra Familia.

Desde la isla metrópoli tomaban vuelo, lanzándose lo mismo que pájaros de presa sobre distintas partes de las Indias misteriosas con mayor éxito que don Alonso, desgraciado como todo precursor. Los únicos que se acordaban de él eran los acreedores, para sus pleitos y procesos, y los muchos enemigos, a los que había ofendido con altiveces y pendencias.