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Entretanto, Paulina, en un rincón de la pieza hablaba con mucha animación y misterio con miss Percival. Su conversación terminó con estas palabras: ¿Vos estaréis allí? decía Bettina. , estaré. ¿Y me diréis en qué momento? Os lo diré, pero cuidado... ahí viene el señor cura, y es preciso que ni sospeche...

Y se fue el médico, con sus anteojos y su reloj. Requerida por Lita, miss Mary salió a comprar las agujas de madera y lana blanca, celeste y rosada. Se hizo esperar mucho, ella también. Pero, mientras volvía, la madre vistió a Lita, la lavó, la peinó, le puso agua de Colonia y la sentó en su silla rodante.

Subió la gran escalera y en el primer piso encontró al ayuda de cámara que le esperaba con la misma respetuosa deferencia de siempre, y que le introdujo como todos los días en el saloncillo donde miss Harvey tenía costumbre de estar. La joven americana estaba sentada al lado de la chimenea, donde ardía un claro fuego de leña. La ventana, en cambio, estaba abierta y dejaba entrar el sol á raudales.

Madama Scott y miss Percival permanecieron así inseparables en el pensamiento de Juan hasta el día en que le fue dado el placer de volverlas a ver. La impresión de este brusco encuentro no se borró; persistió muy viva y muy dulce, hasta el punto de sentirse Juan agitado e inquieto. ¿Habré cometido pensaba, el desatino de enamorarme locamente a primera vista?

Habiendo tenido la suerte de encontrar la famosa gran fortuna en las lindas manos de miss Maud Watkinson, empleó sabias maniobras para poner constantemente a su protegido frente a la joven heredera. De acuerdo con la madre de Huberto, ponderaba, delante de él, a los jóvenes argonautas modernos que saben conquistar el Vellocino de Oro.

Ya nos has dejado a mamá y a ir solas a Jersey... Y te lo has perdido... ¿Por qué? Porque hubieras encontrado a una antigua amiga, que tenía el privilegio de excitar tu elocuencia a falta de tu admiración... miss Dodson, y miss Dodson sin anteojos. Aunque preveía la alusión, la frente del joven se obscureció con una sombra.

La entrevista resultó grata para el joven, porque le dió la seguridad de que Margaret le amaba siempre; mas no por eso sacó de ella un resultado positivo. Miss Haynes era una buena hija y no se declararía nunca en rebelión contra su madre.

Aquella noche, mientras tomaban café en el terrado adornado de naranjos y adelfas y Blanca descifraba en el piano un nocturno de Chopin, estaban discutiendo la cuestión de una nueva institutriz y la de Candore se quejaba vivamente de la dificultad de hallar una reemplazante para miss Dodson.

Miss Darling se destacaba en aquella sociedad ficticia por una nota muy personal: la sinceridad. Tal como era, así se mostraba, sin ningún cuidado de la opinión ni del efecto que pudiera producir. Cuando le gustaba una cosa, lo decía; y tampoco disimulaba lo que le inspiraba desprecio. Tenía lo que más falta en esta sociedad indecisa y flotante a pesar de su aplomo afectado: la solidez.

Solamente, en lugar de seguir a pie con Jenny y unos cuantos intrépidos, declaró que prefería el coche, con gran contrariedad del diplomático. No tengo verdaderamente suerte con usted, miss Darling dijo con involuntaria acritud. ¡Yo que esperaba hacerle a usted tirar la primera pieza! No lo sienta usted, porque no la acertaría. Pero, en fin, ¿es que le desagrada a usted mi compañía?