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, en eso está el escollo murmuró el joven oficial. Lo que atrae a los unos ahuyenta a los otros. ¿Por qué? ¿No ha pensado usted nunca en eso, miss Darling? Porque esa duda cruel que envenena su vida de usted, sería más cruel todavía para los que creyeran leerla en sus ojos amándola sinceramente. Es verdad, no es fácil obligar a un alma orgullosa.

Aquí tiene usted la partida de nacimiento de Raúl Carlos, nacido del matrimonio que contrajeron irregularmente en Inglaterra miss Juana Dodson y el conde Raúl de Candore. Y vea usted el telegrama dirigido a la señorita Blanca de Candore en el día de su boda, y que me acuso de haber interceptado para evitarle un dolor inútil añadió sencillamente la empleada.

Bien conocía aquella chaqueta; era la de su principal, la que tantas veces le había rozado al descansar paternalmente la manga sobre su hombro. Miss, saliendo de su escondite, frotábase contra sus piernas gruñendo amistosamente. Pero, en fin, ¿qué era aquello? Nada significaba el pedazo de tela. Pero ¿dónde estaba el señor Cuadros?

A miss Darling no le gustan los jóvenes; me ha expuesto sus teorías sobre esto... Encontrará entonces, acaso, que lo eres demasiado dijo el anciano con ligera ironía. En fin, no es su opinión probable lo que yo quiero conocer, querido tío, sino la tuya respondió el diplomático con alguna impaciencia. Te lo repito, amigo mío; no he encontrado comparable con miss Darling más que una persona.

Lilí, por su parte, había hecho con ayuda de Miss Buteffull, que estaba en el secreto, un marco de piel de Rusia, con flores de realce; y reuniendo ambos su trabajo, quedó completo el regalo; al pie de este, escribió Miss Buteffull con su mejor letra inglesa: «A su querida mamá en el día de su santo»; y lo firmaron ambos niños, Lilí, Paquito. ¡Oh!

Sorege se volvió hacia miss Maud y dijo con imperturbable audacia: He prometido á usted pruebas, miss Harvey, y suceda lo que quiera, se las daré. Saludó á Julio Harvey con un movimiento de cabeza y mirando despreciativamente á Tragomer, á Marenval y á Jacobo, dijo en tono altanero: ¡Nos veremos, señores! No se lo deseo á usted, dijo Marenval con desdén.

Miss Haynes fué la que se encargó de envalentonar su timidez con prometedoras sonrisas y palabras tiernas. En realidad, Edwin no supo con certeza si fué él quien se atrevió á declarar su amor, ó fué ella la que con suavidad le impulsó á decir lo que llevaba muchos meses en su pensamiento, sin encontrar palabras para darle forma.

Terminada la conversación fuese a buscar a Juan al otro extremo del salón, diciéndole: Me dejaste el campo libre... y me lancé intrépidamente sobre miss Percival. ¡Y bien! no creo que estés descontento del resultado de la empresa; sois los mejores amigos del mundo. , ciertamente... esto marcha... esto marcha y no marcha.

¡Gran Dios!... Miss Margaret Haynes, por otro nombre Popito, tenía las ropas manchadas de sangre. Su rostro estaba empalidecido por una lividez mortal. Sus labios eran ahora azules, y una humildad dolorosa parecía haber agrandado sus ojos.

Esto último no podía tolerarlo Edwin Gillespie. ¿Morir usted, miss Margaret ... digo Popito? Únicamente podría ocurrir una cosa tan absurda después que él hubiese muerto. ¡Sálvelo usted! insistió la joven . Llévenos lejos de aquí. Este es un país donde no queda sitio para nosotros. De la misma opinión era el gigante. Volvió á mirar en torno de él, y vió la playa desierta.