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Durante las noches clarísimas, cuando el firmamento aparece cubierto de estrellas y pretendo contar uno por uno aquellos mundos de luz más grandes que el Sol y la Tierra, me consuelo ante aquellas miriadas de mundos de no haber podido visitar las pequeñas porciones de tierra que se llaman los Pirineos, o las insignificantes gotas de agua del Océano.

Y la familiaridad con las ciencias y subsecuente visión por miríadas de imágenes se obtiene profesando, por vocación y con fe, en una casa de huéspedes. «La verdadera universidad de nuestros días asentó Carlyle es una bibliotecaSi Carlyle hubiera sido español, habría dicho casa de huéspedes, que no biblioteca.

Se siente intranquilo en la sala húmeda y sombría; respira penosamente, tiene necesidad de aire y de luz. Pero Gertrudis se encuentra muy bien en aquella atmósfera cargada de vapores, en aquel mediodía misterioso; el sol, filtrándose por las claraboyas, arroja sobre el suelo sus rayos oblicuos, como cintas de oro, donde miriadas de partículas de polvo danzan una zarabanda.

Así las miriadas de mogigatos, sacristanes, legos, frailes, monjas, ermitaños, abates, canónigos, curas y obispos, sobrevenidos por generación espontánea de alimañas en el pensamiento cristiano, estancado desde el siglo III y corrompido en consecuencia inevitable, por los credos, los dogmas, las bulas, los breves y los cánones.

Me pongo en marcha entre el tumulto. Del lado del bosque, el cielo está cubierto de miriadas de luces de colores, cohetes, bombas que estallan en las alturas y caen en lluvias chispeantes, violetas, rojizas, azules, blancas, anaranjadas. Al frente, en el extremo, sobre la multitud que culebrea en la Avenida, la plaza de la Concordia parece un incendio.

Por esas miríadas de bocas y de poros absorbiendo incesantemente venillas, gotas ó simple humedad derivada del arroyo, la ciudad se convierte en un inmenso organismo, en un monstruo prodigioso absorbiendo torrentes de un solo sorbo para calmar su sed. Hay ciudades que no se satisfacen con sólo un arroyo y se alimentan á la vez de varios, afluyendo de todos lados por acueductos divergentes.

Y es porque el alma del público, esa alma que creemos enorme y terrible, es, en el fondo, un alma frágil y movible de mujer. ¿Quién podría medir las miríadas de ideas, de voliciones, de recuerdos, de anhelos, vertiginosamente minúsculos, que cooperan al génesis de una obra literaria?

¡Qué labor tan admirable la de estas miríadas de arquitectos, trabajando constantemente, de día, de noche, por años, por siglos, por centenares de siglos, sin cansarse jamás! ¿Son muchas las islas construídas por estos maravillosos zoófitos? Se calcula que la superficie de todas juntas asciende aproximadamente a dos mil quinientas leguas cuadradas. No son muchas, tío.

Miriadas de trabajadores microscópicos laborarán el esqueleto, limpiándolo de las últimas impurezas adheridas á su andamiaje, desmontando las sabias articulaciones, raspando el cemento que adhiere las vértebras. Un día, la mandíbula inferior se despegará, rodando hasta la cavidad abdominal, una mandíbula cuyos dientes conocieron el esplendor de la sonrisa y la caricia del beso.

Mirándola con el telescopio, esta zona se descompone en miriadas de estrellas; su inmenso número y lo débil de su brillo es la causa de aquella apariencia lechosa á que debe su nombre la Via Láctea.