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¡Pero si doña Clara es la favorita de la reina! ¿Queréis que la reina esté ciega también? La reina sabe que si el rey ama á doña Clara, doña Clara jamás concederá ni una sombra de favor al rey, y la reina, con el desvío de doña Clara á su majestad, se venga del desamor con que siempre su majestad la ha mirado.

Es que yo tengo que salir y quisiera que no se quedara la casa abandonada. Es que si he de quedarme solo, no me quedo. Y bien mirado dijo el tío Manolillo, como hablando consigo mismo , ¿para qué quiero yo á éste aquí? ¿para que cometa alguna imprudencia? Vamos, vamos, Montiño, saldremos juntos. Afuera están vuestras prendas. Y tomando una bujía salió de la cocina.

Después de haberla temido tanto Nieves, le resultó hasta entretenida la tarea de pagar las visitas que debía entre las recibidas de los villavejanos en Peleches; porque, bien mirado el asunto, tenía su lado original y pintoresco; y ella, al fin y al cabo, era algo artista y muy observadora.

Misia Gregoria creía que cuando Esteven andaba por la calle, las miradas femeninas le seguían y le salían al encuentro y le provocaban; no veía, ¡qué había de ver! que el horno no estaba para rosquillas, es decir, que don Bernardino, rechoncho, pelado y teñido, con patas de gallo en los ojos y los carrillos caídos, no era digno de ser mirado por su linda cara, sino es por sus muchos monises.

«Puerca, fantasmona, mamarracho gritó doña Lupe destruyendo con manotada furibunda todos aquellos perfiles que la chiquilla había hecho en su cabeza . En esto pasas el tiempo... ¿No te da vergüenza de andar con la ropa llena de agujeros, y en vez de ponerte a coser te da por atusarte las crines? ¡Presumida, sinvergüenza! ¿Y la cartilla? Ni siquiera la habrás mirado... Ya, ya te daré yo pelitos.

Y, para confirmación desta verdad, te quiero decir una estancia que hizo el famoso poeta Luis Tansilo, en el fin de su primera parte de Las lágrimas de San Pedro, que dice así: Crece el dolor y crece la vergüenza en Pedro, cuando el día se ha mostrado; y, aunque allí no ve a nadie, se avergüenza de mesmo, por ver que había pecado: que a un magnánimo pecho a haber vergüenza no sólo ha de moverle el ser mirado; que de se avergüenza cuando yerra, si bien otro no vee que cielo y tierra.

He mirado tus ojos serenos, me he bañado en su luz tardecina, y he logrado saber tus angustias, y he logrado leer tus desdichas. Hay un dardo mortal en tu pecho y en tu frente una sombra querida, una tenue tristeza en tu rostro y en tu boca una vaga sonrisa... algo raro que es todo un misterio, que nadie lo acierta y no lo adivina.

Ni siquiera Visitación le había hecho caso en su vida; jamás le había mirado con los ojillos arrugados con que ella creía encantar; no era desprecio; era que para las señoras de Vetusta, Bermúdez era un sabio, un santo, pero no un hombre. Obdulia había descubierto aquel varón, pero había despreciado en seguida el descubrimiento.

Porque es imposible le contesto . ¿Cómo quiere usted que yo haga un artículo contra las casas en un sitio donde no las hay? Pero, bien mirado, si en Madrid hubiera casas, no se necesitaría escribir contra ellas. Todos los defectos de las casas de Madrid se condensan en uno solo: el de la escasez. Como no puede mudarse, el inquilino tiene que transigir constantemente.

Y mostrando con el dedo la ventana que daba frente a su lecho: Mi razón, debilitada, me hace ver fantasmas; porque mientras hablabas... me pareció ver una sombra al través de esta ventana... la sombra de Gerardo. Ha sido él, o su sombra, la que me ha mirado llorando. Al oír estas palabras, lanzose Isabel a la ventana que daba al jardín y oyó los pasos de un hombre que se alejaba.