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Por la sola virtud de la vista de su amada, Vérod había mirado, había oído, comprendido el alma del mundo: voces misteriosas le habían dicho cosas memorables; todo vivía, palpitaba y relucía. Pero, después el silencio y la obscuridad volvían a aglomerarse en torno suyo. Lo que antes tenía un sentido evidente o recóndito permanecía mudo.

No dejaba de echar también un vistazo a los restaurants, y en general a todas las tiendas, que en su larga vida de penuria bochornosa había mirado con desconsuelo. Pasó en esta vagancia dichosa algunas horas, sin cansancio. Sentíase fuerte, saludable, y hasta robusto. Miraba cariñoso, o con cierto airecillo de protección, a cuantas mujeres hermosas o aceptables a su lado pasaban.

Yo, señora, no soy tan mal mirado Que me precie de ser vuestro homicida: Otra mano, otro hierro ha de acabaros, Que yo solo naci para adoraros.

Juan se levantó, y los siguió con la vista a los dos, Bettina y Pablo. Una nube le pasó ante los ojos. Sufría atrozmente. No me queda más recurso que aprovechar este momento y partir se dijo. Mañana escribiré algunas líneas a madama Scott disculpándome. Dirigiose a la puerta, sin mirar a Bettina... Si la hubiera mirado, se habría quedado.

Azorín ha dicho: Pepita, me marcho. Pepita se ha vuelto sobresaltada y ha exclamado: ¡Ay, Azorín! ¿Usted se marcha? Y le ha mirado fijamente con sus anchos ojos azules. Parecía que con su mirada le acariciaba y le decía mil cosas sutiles que Azorín no podría explicar aunque quisiera. Cuando oímos una música deliciosa, ¿podemos expresar lo que nos dice?

Sin embargo, la opinión general culpaba al marido, vividor poco edificante; y doña Rebeca, que solía dar limosna y llorar en la iglesia, y que vivía encerrada en su casa, pasaba por ser «una infeliz» un poco estrafalaria y algo tocada del mal de la locura. Andrés tenía mala fama; le temían los novios y los maridos, y era mirado con prevención en el valle.

Una real moza: tal vez la más elegante de todas. No parece la misma que vemos arriba puesta siempre de gran sombrero y gabán largo... ¡Qué escote! ¡Y qué hermosa torre de pelo, entre rubio y ceniciento!... Le advierto camarada, que ella también le ha mirado muchas veces, así como la que no quiere mirar, con el rabillo del ojo... Usted le interesa, amigo Ojeda, me consta.

El enfermo, de tarde en tarde, abría los ojos para mirarla sin encono y sin perfidia, como nunca la había mirado; y desde aquel día Carmen le cuidaba dulcemente, y le hablaba algunas breves frases consoladoras.

Que la ciudad desierta está próxima á los españoles, y aun se mantiene murada, que solo han caido las puertas, y de las torres las medias naranjas; que hay otro fuerte de la citada ciudad, mirado con pocas ruinas. Hasta hoy es una isla que hace la misma gran laguna de Ranco al principio de ella, de donde no divisan la poblacion de españoles.

Supe con asombro que no había en el lugar más que una taberna, y ésa de la propiedad del Ayuntamiento, que vendía el vino casi con receta y para que cada consumidor lo bebiera en su casa; de donde resultaba, por la fuerza de la costumbre, que era muy mal mirado el hombre que mostraba instintos «taberneros», y mucho peor el que se dejaba arrastrar de ellos, aunque fuera pocas veces.