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Por serla grato, se extasiaba ante la menor piedrecilla, mientras que yo, de tiempo en tiempo, le lanzaba miradas terribles; pero ni se dignaba notarlas. Henos ya en la sala de los caballeros. Veamos, Reina, ¿qué dices de ella? Digo, tío, que si los caballeros estuviesen en ella, tendría algún encanto. ¿Que no lo encuentras en ella misma? De ningún modo.

Al establecerse definitivamente la separación, al alejarse él para siempre, la mujer pareció agradecérselo con sus miradas, con una mayor dulzura en el trato. Era, sin duda, más feliz, libre de la asiduidad ardorosa del macho; de aquellas caricias que le repugnaban como una servidumbre cruel de su sexo.

Luego ella, con miradas displicentes y poniendo a todo reparos, como quien sabe que aquello no ha de ser jamás suyo, inspeccionó el gabinete. Sin embargo, en su interior, quedó maravillada y envidiosa. Nunca había visto muebles tan ricos. Eran pocos, pero elegantísimos.

Y sólo veo entre sombras aquellos ojos... ¡Oh, amada! ¡Qué tristezas extrahumanas, qué irreales leyendas de amor relatan! ¡Qué misteriosos dolores, qué sublimes esperanzas, qué mudas renunciaciones expresan aquellos ojos que en las sombras fijan en sus miradas!

No; pues del mismo modo Azorín no acertaría a explicar lo que dice Pepita con sus miradas suaves. Pepita ha querido saber dónde se iba Azorín. Pero es el caso que Azorín no lo sabe tampoco. ¿Dónde se irá él? ¿Qué país elegirá para pasear sus inquietudes? Ha estado un momento pensándolo, y como Pepita continuaba mirándole ansiosa, ha dicho al fin: Yo creo... que me marcho... a París.

Una salva de aplausos los hace reaparacer cogidos de la mano los que hace cinco segundos se perseguían y se iban á pegar, saludando aquí y allá al galante público manileño y cambiando ellas miradas inteligentes con varios espectadores.

Todas las miradas eran para un hombrecillo con calzones de pana y negro pañuelo en la cabeza, enjuto, bronceado, de fuertes quijadas, y que tenía al lado un pesado retaco, no cambiando de asiento sin llevar tras la vieja arma, que parecía un adherente de su cuerpo.

Ella seguía, como siempre, echándome miradas de reojo; pero ¿que significaban esas miradas? ¿eran un reproche, un llamamiento, o simplemente el placer de verse admirada? No podía adivinarlo. En fin, a mi tercera o cuarta, he aquí lo que sucedió. Serían las doce del día apenas, y hacía un calor atroz; y yo, aburrido e impaciente, parto para Krakowitz.

Y ahora, casi imperceptiblemente á pesar de la lentitud de sus últimos pasos, se encontraba frente á frente de aquel tablado, cuyo recuerdo jamás se borró de su memoria, de aquel tablado donde, muchos años antes, Ester Prynne había tenido que soportar las miradas ignominiosas del mundo. ¡Allí estaba Ester teniendo de la mano á Perla! ¡Y allí estaba la letra escarlata en su pecho!

Isidro iba a ser el heredero de todos. Para evitarse las miradas de ella y su sonrisa vengativa, no quiso pasar otra vez por este rincón de la cubierta. Abajo, en la explanada de proa, sonaba una música pastoril, y por los intersticios del toldaje veíanse saltar las cabezas de varias personas con el ritmo de la danza.