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Plácido y el pirotécnico se cambiaron otra mirada. Si no llega á estar enfermo ese... ¡Se simula una revolucion! añadió negligentemente el pirotécnico, encendiendo un cigarillo por encima del tubo del quinqué; y ¿qué haríamos entonces? Pues hacerla ya de véras, porque, ya que nos van á degollar... La tos violenta que se apoderó del platero impidió que se oyese la continuacion de la frase.

Y lanzaba una intensa mirada de odio al hotel, como si quisiera aniquilar al enorme caserón con todos los seres que encerraba.

La costa se había borrado en la lejanía y la sombra había caído densa sobre el impetuoso Cantábrico, envolviendo al barco en el espíritu aterido y misterioso de la noche. Al lado del joven pensativo resonaron unos pasos, que llevaban el compás, gratamente, a una linda barcarola. Salvador volvió la cabeza hacia aquel lado y aguzó en la oscuridad su mirada.

El otro levantó la mirada, y respondió con su voz reposada y tranquila: ¡Buenach nochech, cheñor L'Ambert! ¡Hablas, luego vives! dijo éste. Chiertamente que vivo. ¡Miserable!... ¿qué has hecho de mi nariz? Y, mientras se expresaba de este modo, habíale agarrado por el cuello, y lo sacudía bruscamente.

; Antonio las acompañará se apresuró a decir Teresa. Ya la pobre mujer la rogaba con su mirada que aceptase, como si fuese para ella una esperanza que su marido prolongase la conversación con la viuda. ¡Quién sabe cuántas cosas podía decir doña Manuela al marido infiel! No hubo medio de excusarse.

Aquella seriedad, y más que nada la indiferencia de la mirada y el saludo, le molestaron fuertemente. Desvanecióse su buen propósito de reconciliación. Sacó del armario los libros de comercio, encendió la lámpara, porque ya estaba oscuro, se sentó delante de la mesa y se puso á arreglar cuentas atrasadas. Poco tardó en advertir que no tenía la cabeza para cuentas.

Y dicho esto, saludó profundamente y salió. El abogado se quedó inmóvil en su sitio, con la mirada atónita.

Y los muchachos contestaban con furiosas cabezadas, chocando algunos la testa con la del vecino, y hasta su mujer, conmovida por lo del templo y la antorcha, cesaba de hacer media y echaba atrás la silleta de esparto, para envolver á su esposo en una mirada de admiración. Interpelaba á toda aquella pillería roñosa, de pies descalzos y faldones al aire, con desmesurada urbanidad.

La seguía el joven con la mirada, al través de los pinos y los cipreses, viendo empequeñecerse aquel cuerpo soberbio de mujer fuerte y sana. En torno de él parecía flotar aún su perfume, como si al alejarse le dejara envuelto en el ambiente de superioridad, de exótica elegancia que emanaba de su persona. Vio Rafael aproximarse al ermitaño, ganoso de comunicar su admiración.

Esta vez el corazón de la joven se fundió ante la ingeniosa delicadeza del procedimiento y, en un impulso espontáneo, ofreció las dos manos al diplomático. ¡Es usted bueno; gracias! dijo con las lágrimas en los ojos y una mirada tan elocuente que el médico se quedó deslumbrado y no pudo menos de decir a su amigo cuando salían: Querido amigo, una mirada semejante vale más que los honorarios.