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Si alguna otra mirada que la de Dios hubiera podido llegar a aquel desierto, cruzando la tempestad que lo azotaba, habría descubierto una cuadrilla de hombres que caminaba en dirección paralela al mar, arrostrando los furores del temporal, envueltos en sus capas, en actitud recogida y silenciosa, los cuerpos inclinados hacia adelante y las cabezas bajas.

La ramera, por costumbre del oficio, intentó acoger con cínica sonrisa, con el gesto excéptico del que conoce el secreto de la vida y no cree en nada, las exclamaciones de la escandalizada labradora. Pero la mirada fija de los ojos claros de Pepeta acabó por avergonzarla, y bajó la cabeza como si fuese á llorar. No; ella no era mala.

Y su mirada húmeda se alzaba con tal expresión de angustia, que ella, sonriendo confusa, se vió obligada a mentir. Yo no te he dicho que no te quería ... sino que conviene que cortemos nuestras relaciones. ¡Es igual!

Prolongándose luego, el rayo hacía pensar en una larga mirada que el genio, prisionero en el bronce, enviase sobre el grupo juvenil que se alejaba. Por mucho espacio marchó el grupo en silencio.

Leal permaneció inmóvil, siguiendo con mirada triste a su amo. 130 En vano le acarició su nuevo amo. ¡Bien merecía el nombre de Leal! Se dice que aquel hermoso caballo murió de tristeza a los pocos días.

Al descubrirle se apretó contra el ciego, lanzando á su antiguo amante una mirada de súplica, de desesperación, implorando misericordia... ¡Ay, esta mirada!

El P. Gil dirigió una mirada expresiva a doña Eloisa.

El caballero de la barba se obstinaba en mirar a la calle por las rendijas de la persiana, dándose golpecitos de impaciencia en el muslo con el sombrero de copa. Las señoras, sin despegar los labios y con semblante de duelo, paseaban la mirada repetidas veces por todos los rincones de la sala, cual si tratasen de inventariar la multitud de objetos dorados que la adornaban con lujo de relumbrón.

Allí se detuvo; volvió a echar una mirada recelosa a entrambos lados de la calle, y entró resueltamente en el portal. Era amplio, con pavimento de guijarro como la calle, las paredes lisas y enjalbegadas de mucho tiempo, tristemente iluminado por una lámpara de aceite colgada en el centro.

¿Puedo escuchar aún, algunos párrafos de esa correspondencia de solteros? preguntó Francisca. Prometo ser buena como una imagen y respetuosa como un leño. La mirada de la de Ribert se dulcificó ante el tono de la petición, que produjo en todas una franca carcajada.