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Ningún signo de hostilidad se veía en su cara ni en su ademán. Miraba a su mujer con seriedad, pero sin dureza, y cuando dio los primeros pasos para acercarse a la cama, su expresión era casi indulgente.

»A todo esto, los días pasaban, la fiebre era imperceptible, y, sin embargo, la enferma, lejos de mejorar, se iba aniquilando poco a poco. El médico se impacientaba ya, porque no sabía a qué atenerse, y me miraba a y yo le miraba a él. Los dos teníamos las mismas dudas, ¡ay!, y los mismos temores. »La casa comenzaba a tomar ese aspecto fúnebre y sombrío de las grandes tristezas del hogar.

Marcháronse los chicos que estaban jugando a la toña, y la esquina de la calle de la Pasión quedó desierta unos instantes: Paz no miraba ya más que a la puerta, creyendo que era tarde para que viniera. Pensaba que, si le veía, sería al salir. De pronto tuvo que apoyarse en uno de los maderos que sostenían el tenderete junto al cual estaban.

En la vida ordinaria era una buena persona, que hablaba con voz tímida, ceceando lo mismo que un niño, y si su interlocutor le miraba fijamente, apartaba los ojos como avergonzado. Los efectos de su bondad y su sencillez se extendían hasta Europa.

Juraría que le temblaban las piernas y miraba a derecha e izquierda como si hubiera querido huir de allí; tenía el rostro amoratado, y al tomar mi mano con las agitadísimas suyas para besarla, noté que sus labios estaban secos y ardientes.

Hermanita no decía palabra. Se le habían puesto los ojos muy negros y grandes como para contener algo que se salía a ellos. Ella, que no miraba hacia el balcón, sentía que Juan Jerez había tenido puesta buen tiempo su mirada larga y bondadosa en Sol.

Y sin cesar de mostrar su asentimiento a lo que no oía, con movimientos afirmativos de cabeza, miraba allá abajo ansiosamente, temiendo que Leonora se hubiese marchado.

Tom Sickles, sin cuidarse del hombre tendido en tierra, miraba correr el coche, apretando los puños y dirigiendo en inglés tremendas imprecaciones, no a los caballos, sino a su ilustre señora y dueña.

Ella dice: amo á este hombre, y yo la digo: ámale; ella me pregunta: ¿me vengaréis si me ultrajaren? yo contesto: el que te ultraje, muere. ¿Habéis querido matar por tanto á don Rodrigo Calderón? . El rey miraba con espanto al tío Manolillo. No te conozco le dijo. Tienes razón, hermano Felipe dijo el bufón , porque ahora estoy loco.

Miraba al través de los cristales el cielo lluvioso y triste, la plaza mojada, los copos sueltos de nieve, la muchedumbre que transcurría a paso acelerado bajo los paraguas chorreantes.