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En novelas, en poesía sólo, se ve, por ejemplo, a un señor que ve pasar por la calle a una dama, y pataplum..., de repente..., cátale muerto de amor por ella. Ella también le mira..., y adiós reposo y juicio; sin saber si es un tunante o un hombre de bien, un tonto o un sabio, un rico o un pobre, ya la tenemos enamorada.

Tenía un aspecto tan radiante, su dulce fisonomía respiraba tal contento, que todavía me río al recordarlo, y su júbilo es para mi uno de los mejores recuerdos de aquel tiempo. No caminaba: volaba, y llegamos en un soplo a la iglesia. Acabábase de colocar el púlpito, y el cura, en éxtasis ante él, me dijo en baja voz: ¡Mira Reinita, mira! ¿No es una feliz ocurrencia? Al fin poseemos un púlpito.

Las pilas son de piedra arenisca; el pozal es de madera; sobre la puertecilla destaca un cuadro de azulejos. San Antonio, vestido de azul, mira extático, cruzados los brazos, a un niño que desciende entre una nube amarillenta y le ofrece un ramo de blancas azucenas. Detrás del aljibe hay una balsa pequeña y profunda. La cubre una parra.

Mira, esta noche le voy a sentar junto a ti, a ver, si después de la cena se atreve a decírtelo.... Pregúntaselo misma.... ¡Visitación! estás loca.... Ja, ja, ja... ahí le tienes... ahí le tienes.... Ya me contarás.... La de Olías de Cuervo soltó el brazo de Ana y desapareció entre los grupos que dificultaban el tránsito por el salón estrecho.

Pues, ¿y la apuesta? Para usted el trono y la beldad que desde allí nos mira; para una recompensa suficiente y... la gratitud del Rey. Es usted el mismo demonio, señor de Henzar le dije. Bueno, usted piénselo y tenga en cuenta también que no deja de costarme duro esfuerzo eso de ceder así tan fácilmente la muchacha aquella y su insolente mirada volvió a fijarse en Flavia.

Ni aun el tutor logró hacerle comprender lo desatinado de su conducta. Mira, nena le decía, estás jugando con fuego: afirmas que le quieres y al mismo tiempo te niegas a casarte; de modo que si se da a pensar en semejante contradicción... ¡Figúrate!

Barbarita y la pareja se encontraron. «Ya no alcanzas la del señor cura... ¡Qué horas de ir a misa!». Pero si no me han dejado salir en toda la mañana... Mira, Jacinta, allí tienes a tu marido llama que te llama... Entré y... «Que dónde estabas . Que qué tenías que hacer en la calle tan temprano». Conque bien puedes darte prisa.

Si bien se mira, lejos de que esta fórmula exprese el principio de contradiccion, es la famosa de los cartesianos: lo que está comprendido en la idea clara y distinta de una cosa, se puede afirmar de ella con toda certeza.

Bueno... y ahora ¿qué se hace con perderse... con ir a la cárcel, mujer? Pero mujer... mira, considera.... No considero, no miro nada.... Este diálogo duraba mientras cruzaron las dos amigas el páramo de Solares en dirección al barrio de Arriba, por donde suponía Amparo que iba Baltasar acompañando a las de García hasta su casa.

Mira: ¡no lo que dijiste; pero te juro que prefiero cualquier cosa a tener un padre como el que has tenido ! Mazzini se puso pálido. ¡Al fin! murmuró con los dientes apretados. ¡Al fin, víbora, has dicho lo que querías!