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Milord dije dando a mis palabras toda la serenidad posible usted debajo de ese humor melancólico, debajo de los oropeles de su imaginación tan brillante como loca, guarda sin duda un profundo sentido y un corazón de legítimo oro, no de vil metal sobredorado como sus acciones. ¿Qué quiere usted decirme? Que una persona honrada como usted sabrá reparar la más reciente y la más grave de sus faltas.

Pero este don Luis es peor que los predicadores de blusa que vienen á echar soflamas en el frontón de Gallarta. Suerte que no le da á usted por hablar en público. Milord: á todos vosotros no os parece bastante el enriqueceros rápidamente con el hierro y aun arañáis algunos céntimos en el jornal y el estómago del bracero. Las cantinas obligatorias son vuestras y de los capataces. Vais á medias.

Tu amo y protector te ayuda á mantener esta esclavitud, no pagando al obrero semanalmente, como se hace en todas partes, sino por meses, para que así tenga que vivir á crédito y se vea obligado á comer lo que queréis darle y al precio que mejor os parece. Vaya; ahora me toca á dijo riendo el Milord.

Si nadie la conoce... El martes se presentó en ese mismo palco vestida de blanco con camelias rosa... Ayer estaba en la Castellana en un milord muy bonito, con camelias blancas en el sombrero y en el pecho... Hoy, terciopelo negro con camelias rojas... Pues ya tenemos nombre que darle exclamó Leopoldina riendo : La dama de las camelias.

En época de feria vagaba por las inmediaciones de los hoteles esperando a un «inglés», pues para él todos los viajeros eran ingleses, con la esperanza de servirle de guía. ¡Milord!... ¡Yo torero! decía al ver una figura exótica, como si su calidad profesional fuese una recomendación indiscutible para los extranjeros.

Al llegar á la puerta, el vigilante preguntó á Cristián: ¿Le ha interesado á usted, milord? Es un pobre diablo completamente inofensivo... Anda por todas partes en libertad y no hay peligro de que quiera escaparse... Aunque le dejaran la puerta abierta no se iría... Ande usted, 2317, váyase solo á su departamento; yo voy á acompañar á milord...

Siéntese usted un instante, milord, dijo el vigilante. Voy á buscar al 2317 y se lo traeré... Puede usted fumar si gusta..., no huele á rosas aquí. Tragomer inclinó la cabeza sin responder, y se apoyó en el estrado desde el cual se distribuían castigos á aquellos desgraciados que parecen, sin embargo, haber llegado al máximum del sufrimiento. Una indecible angustia le oprimía el corazón.

Y mientras llegaba el momento de la rebeldía, los representantes del partido en la cuenca minera, que eran en su mayoría taberneros, derramaban en la irritada masa el consuelo del alcohol y de las teorías revolucionarias. El Milord, en la tertulia de los contratistas, hablaba, con alarma, de los pinches de las minas.

Pero permítame usted que le pague su auxilio, ofreciéndole el mío para robar a esa mujer, y burlarnos de diez y siete siglos de guerras, de tratados, de privilegios, de fanatismo, de religión, de tiranía. Bien, amigo Gabriel; venga esa mano. ¡Viva lo imposible! El placer de acometerlo es el único placer real. Yo quisiera estar en los secretos de usted, milord. Lo estará usted.

Lord Gray también fue al Condado, y se contaban de él maravillas; pero a su regreso desapareció su persona de todos los sitios públicos, y aun hubo quien le creyese muerto. Fui a su casa y el criado me dijo: Milord está vivo y sano, aunque no del juicio. Estuvo encerrado quince días sin querer ver a nadie.