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Respecto a las mujeres, ¡ay!... son ahora y siempre ese eterno femenino de los teatros de provincias, presuntuoso, amanerado, ficticio... A pesar de todo, entre estas damas hay dos que me interesan; dos judías de Milianah, jovencitas, que pisan la escena por primera vez... Los padres están en la sala y parecen encantados.

El emir, para tomar venganza, entró en Milianah estando ausente Sid'Omar, saqueó sus palacios, taló sus naranjales, apoderose de los caballos y de las mujeres e hizo aplastar la garganta de su madre con la tapa de un arcón... La cólera de Sid'Omar fue terrible; alistose en seguida al servicio de Francia, y mientras duró nuestra guerra contra el emir no hubo un soldado mejor ni más bravo que él.

Las funciones del agente son muy diversas: sucesivamente abogado, procurador, corredor, perito, intérprete, tenedor de libros, comisionista, escribiente de portal, es el maestro Yago de la colonia. Pero Harpagón no tenía más que uno, y la colonia tiene muchos más de los que ha menester. Sólo en Milianah se cuentan por docenas.

Dan las dos en el reloj de la ciudad, un antiguo marabut, cuyas frágiles paredes blancas percibo desde aquí... ¡Pobre diablo de marabut! ¿Quién le hubiese dicho hace treinta años que un día tenía que sostener en medio del pecho una gran esfera municipal, y que todos los domingos a las dos en punto daría la señal a todas las iglesias de Milianah para tocar a vísperas?... ¡Tilín, talán!

Me meto por una puerta, al acaso, y me encuentro rodeado de una camada de bohemios, amontonados bajo los arcos de un patio morisco. Ese patio es una dependencia de la mezquita de Milianah; es el refugio habitual de la piojería árabe, y se llama el patio de los pobres. Grandes y escuálidos lebreles, llenos de miseria, se acercan dando vueltas en torno mío con aire amenazador.

Es un príncipe de la sangre, hijo de un antiguo bey de Argel, a quien estrangularon los genízaros... A la muerte de su padre, Sid'Omar refugiose en Milianah con su madre, a quien adoraba, y allí residió algunos años como un gran señor filósofo, rodeado de sus lebreles, sus halcones, sus caballos y sus mujeres, en hermosos palacios muy frescos, llenos de naranjos y de fuentes.

Pasemos pronto de largo... En la oficina veo al intérprete enfrascado con dos grandes vocingleros completamente desnudos bajo largas mantas mugrientas, y narrando con airada mímica no qué historia de un rosario robado. Tomo asiento en un rincón, sobre una estera y miro... Bonito traje el del intérprete. ¡Y qué bien le sienta al intérprete de Milianah! Parecen pintiparados el uno para el otro.

Concluida la guerra, Sid'Omar regresó a Milianah; pero, aun hoy, cuando se habla de Abd-el-Kader en su presencia, palidece y le relampaguean los ojos. Sid'Omar tiene sesenta años, y a pesar de la edad y de la viruela, conserva la hermosura del rostro: grandes pestañas, mirada de mujer, una sonrisa seductora, modales de príncipe.

El teatro de Milianah no es otra cosa que un antiguo almacén de forrajes, transformado bien o mal en sala de espectáculos. Enormes quinqués que se llenan de aceite durante los entreactos, hacen oficio de arañas. La cazuela está de pie, la orquesta en bancos. Las galerías están muy orgullosas porque tienen sillas de paja... Rodea a la sala un largo pasillo, obscuro, sin entarimar.

El caíd de los Beni-Zugzugs tuvo algunas cuestiones con un judío de Milianah a causa de un lote de terreno, cuya propiedad se disputaban; las dos partes convinieron en llevar el litigio ante Sid'Omar y someterse a su fallo.