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Aresti, que había cogido cierto miedo á los flirts con Milady, hasta el punto de rehuir el encontrarla sola y que conocía ciertas historias de jovenzuelos que saltaban su ventana durante la noche, ensalzaba irónicamente al padre lo mucho que su robusto retoño había ganado después de la cepilladura en el extranjero.
Hola, Milord dijo el médico. ¿Qué, hoy no hay oficios divinos en la capilla de Baracaldo? No, don Luis dijo el contratista con cierta unción en sus palabras. Demasiado sabe usted que en nuestra religión este día no es de fiesta. ¿Y Milady, siempre tan hermosa y elegante? Vaya, no se burle usted; ya sabe que no somos más que unos pobres patanes con un poquito de protección.
Y dando con esta pregunta por terminada la carta, firmóla como Antonio Pérez las suyas a milady Richs: «Perro desollado de vuestra señoría, Diógenes.» «P. D. Un beso a Monina.» Y aquí se detuvo otra vez perplejo, meneó lentamente la gran cabezota, y su rostro granujiento tomó una expresión indefinible de ternura y de tristeza.
Los domingos, Milord y Milady bajaban á Baracaldo, vestidos con trajes que encargaban á Londres, para confundirse con las familias de los ingenieros y los mecánicos ingleses empleados en las minas ó en las fundiciones de la ría, que llenaban la única capilla evangélica del país.
Palabra del Dia
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