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En este alcance perecieron casi todos porque desesperados revolvían sobre los nuestros, á cuyas manos hechos pedazos rendian la vida, por dar lugar á que sus mujeres se alargasen. No escaparon de nueve mil hombres que tomaban armas 300 vivos, y en esto concuerdan Nicephoro, y Montaner. Sucedió en este alcance un caso tan estraño como lastimoso.

Consistía en un bastón, una máquina para hacer cigarrillos, un cuerno de caza y cuatro mil reales en dinero. ¡Una fortuna!... Mi hermano tuvo libros, yo ropa, y cuando me vestí de gente, empecé a tener enfermos.

Hace unos cuantos años estaba concurridísimo por las tardes: la carretera se henchía de carruajes y los caminos de gente distinguida y ordinaria. Hoy apenas va nadie hacia allí porque está a la moda el Retiro. Sin embargo, bien puede asegurarse sin temor a engaño, que llegará un día en que la Castellana recobre su antiguo esplendor: al cabo de los años mil, vuelven los coches por donde solían ir.

En cuanto a Mochi, no se había vuelto a acordar para nada de dinero, ni para pedirlo, ni para pagar lo que debía. «En la cuestión de cantidades» no quería pensar Reyes; se figuraba que toda la deuda del Estado era cosa suya, la debía él. ¡Primero mil reales, después seis mil, ahora los siete mil de la restitución... el mundo, el mundo entero en forma de guarismos!

El buen humor, empujado por el vino, comenzaba a hacer de las suyas: las dos mujeres, menos acostumbradas a la bebida, decían mil atrevidos disparates; Damián y Luis hablaban como en el café, contando cuentos verdes; por último, Casilda, algo alegrilla y deseosa de desplegar lujo, encendió todas las bujías de dos candelabros que adornaban la chimenea.

La celebrada relojería de Ginebra merece ciertamente la pena de verse; se construyen cien mil relojes cada año, casi todas las tiendas ofrecen relojes del pais. La Suiza exporta muchos miles para toda Europa y América.

En tanto, doña Lupe hacía mil consideraciones sobre el apático desdén con que Juan Pablo recibiera la noticia de aquello. Había fruncido el ceño; después había opinado que su hermano era loco, y por fin, alzando los hombros, dijo: «¿Yo qué tengo que ver? Es mayor de edad. Allá se las haya». Lo mismo Maximiliano que su tía habían notado que Juan Pablo estaba triste.

Explicáronle quién era Clara y por qué estaba allí; más no por eso pudo dominar el estudiante la respetuosa y fuerte sorpresa que le había producido. Estuvo encogido y como asombrado todo el día, y temblóle la voz cuando quiso hablar con ella, y se calló al fin por temor de decir mil disparates.

¡Lo que viene con nosotros, Ojeda!... ¡Y yo, infeliz, que en otros tiempos admiraba las tiendas de la calle Mayor en vísperas de Navidad!... ¡Lo que comemos y bebemos durante el viaje! ¿Sabe usted cuánta cerveza llevamos con nosotros? Mil doscientos toneles. Eso se dice con facilidad, pero hay que verlo... ¿Sabe cuánto vino? Doce mil botellas. También se dice esta cifra con facilidad...

Aquella mujer dominante y soez se gozaba en vejarla de mil modos, cosa que no había hecho ninguna de sus antecesoras. En el paseo, cuando iba con su marido en coche, el de la Amparo se colocaba a su lado: con cínico descaro la ex florista cambiaba con el duque sonrisas de inteligencia.